jueves, 9 de julio de 2009

Sobreviviendo de la arena

Este trabajo periodístico fue hecho en conjunto con el blog El Buscador de Mentiras. Para conocer más sobre las condiciones generales de trabajo y de vida que tienen los areneros del río Medellín, ingresa al blog y podrás encontrar una amplia información por medio de la cual podrá conocer más de este tema.

Un sol resplandeciente sale poco a poco de entre las montañas que rodean a Medellín. El suave viento mañanero seca la arena recién conseguida del río. La canoa permanece inmóvil en la rivera mientras un hombre bajo, de apariencia vigorosa y fornida, en medio de un movimiento rutinario, recoge con su pala la arena que descansa en la barcaza de madera y la lanza a las orillas del río.

Pasa un momento y la arena ya ha formado unos pequeños montículos. La canoa está vacía y el hombre retorna, en compañía de su primo, a la mitad del río para obtener más del material silíceo. El hombre bajo, cual guerrero romano, se levanta firme en la proa, mientras su compañero de trabajo camina entre las aguas -casi sobre ellas-, en una escena que más parece bíblica.

Ahora irán por más arena y tras tener su canoa llena volverán a la rivera y vaciarán todo su contenido en lo que ellos entienden en su argot como ‘la playa’ o lugar cercano a la orilla del río, donde ellos tienen dispuestos sus montículos de material a la espera de algún cliente que lo compre.


El procedimiento rutinario se convierte en el día a día de estos dos hombres que desde su niñez se han acostumbrado al rudo roce de la pala con sus manos, al contacto con las aguas del río Medellín, al sol inclemente y a la molesta lluvia que interrumpe la labor.

¿Qué si han querido trabajar en otra cosa? Sí, varias veces estos hombres han querido salir de estas oscuras aguas que, parece, les han determinado sus destinos. Frente a esta misma pregunta el hombre bajo responde, en una contradictoria mezcla de rabia y buen humor, que a él “le gusta trabajar en todo; no hay nada que se me salve. Es que lo que hace falta son oportunidades”.

Tras responder esto, él agacha su cabeza y continúa paleando, paleando y paleando. Su trabajo le gusta, pero en muestra del insaciable deseo humano por ser cada día mejor, quisiera una trabajo que le ofreciera unas condiciones de vida distintas; por lo menos, más estables.

Canoa va y canoa viene, pala entra y pala lanza; ese es el día de este hombre bajo que vive en Moravia y que desde los seis años ha tenido que soportar esta rutina. Su nombre es John Fernando Cardona, tiene 39 años y esta es su historia.

Glosario de términos del negocio de la arena

Cuando los areneros hablan de una canoa o de una pala, fácilmente podemos comprender el significado de estos términos y entender que ellos se refieren a dos de sus herramientas de trabajo de mayor importancia; pero las dificultades de comprensión se sobrevienen cuando ellos se refieren a elementos y lugares que hacen parte de su cotidianidad como los 'los trinchos' y 'la playa'.

Por esta razón hemos dispuesto este glosario de términos, que simplifica el argot arenero y explica el significado de los términos más comunes dentro de este negocio.




"Un trabajo bueno"

La independencia en su trabajo; saber que si quiere va y si quiere no va; entender que lo que se gana en un día solamente lo tiene que repartir con su compañero y no tener que dárselo a un jefe, esto es lo que hace, en opinión de John Fernando Cardona, del trabajo como arenero, "un trabajo bueno".

Una vida en el río

De antaño son los recuerdos de aquello tiempos en los que después de estudiar, John Fernando y su primo Jorge Alberto llevaban el almuerzo a su abuelo y a sus tíos, que tenían como puesto de trabajo las orillas del río Medellín.

Mientras sus familiares almorzaban, los pequeños jugaban entre la arena que recogían sus padres y el río… Jamás se les cruzó por la mente que en este lugar pasarían muchos años de su vida y continuarían con el negocio familiar.

Los años pasaban y el juego, en adelante, cambiaría su dinámica. Ahora John y Jorge nadaban entre las aguas del río y recogían los metales que bajaban por su cauce; más tarde los vendían en cualquier chatarrería y fue así como obtuvieron sus primeras monedas.

Ya el estudio se le fue haciendo aburrido al joven John Fernando y el saberse dueño de algún dinero le complacía más que las aterradoras clases con aquel profesor que recuerda como una “chanda”.

Más tarde, cuando apenas estaba en cuarto de primaria, John Fernando tomó una decisión que marcaría su vida. Tras ser expulsado de su colegio por intercambiar un ‘pellizco’ de su profesor por una ‘pedrada’, se negó la posibilidad de entrar a estudiar y resolvió ayudar a su padre en su trabajo y dejar la escuela.

Los años pasaron y la juventud fue llegando entre las canoas, las palas y la arena. Al hablar de las mujeres, sonríe pícaro al recordar sus años nobles. Para él, lo claro es que tenía lo necesario para llamar la atención de las jóvenes: el dinero, fruto de su trabajo, y sus talentosos pasos de baile.

Pero ahora, John Fernando valora el estudio como nadie, pero piensa que para él es un poco tarde. Tanto así que cuando su hijo le propuso ayudarle en su trabajo y salirse del colegio, Fernando le dijo con dureza: “Eso no me lo vuelva a decir ni en broma. Mientras yo pueda darle el estudio, me estudia. Yo no quiero que sea lo que yo soy”.

Ahora su hijo tiene 19 años y tras graduarse del colegio, ayuda a su madre eventualmente en una microempresa de confecciones. Sin embargo, John Fernando le niega a su hijo toda puerta de entrada al negocio diciendo que: “Donde yo deje a mi hijo trabajar acá le pasa lo mismo que a mi… Le toca morir en este río”.

Por su parte, su pequeña hija de doce años, quien cursa séptimo grado en el colegio, ya no acompaña a su padre en las jornadas laborales, mientras disfrutaba de las vacaciones. Antes jugaba entre la arena y sentía la sensación que han tenido pocos, de navegar por el río Medellín. Ahora, Fernando confiesa que ella se siente apenada por el trabajo de su padre.

Entre el negocio de la arena se crió Fernando y hasta el sol de hoy es su modo de subsistencia. Sus condiciones de vida no son las mejores, pero el arenero deja el dinero suficiente para que él, su esposa y sus dos hijos sobrevivan.



miércoles, 8 de julio de 2009

Video: Los areneros del río Medellín

Las canoas también tienen su historia

Al filo de la mañana, luego de haber recogido varios metros de arena, John Fernando descansa y conversa con nosotros sobre cómo llegó a convertirse en un arenero. Sus compañeros están terminando de sacar la arena de una de las canoas cuando, de repente, la charla es interrumpida por la voz de Fernando quien dice: “Vea, se les está hundiendo el Titanic”.


Precisamente, la canoa más añeja de las dos que hay en el arenero, con más de siete años de servicio, tuvo una avería seria, producida por el deterioro de la madera. Hacía ya un año que no recibía ningún tipo de mantenimiento y, muy seguramente, el día de mañana sería dedicado solamente a su reparación. Sin ella no podrían trabajar.

Es que la canoa es para el arenero como el bus para el transportador. Es la gran compañera del arenero solitario durante las jornadas laborales y es la mejor ayudante para las parejas de trabajadores que extraen la arena del centro del río.

Cabe anotar que no todos las usan, pues en algunos de los sectores del río, como los arenales cercanos a la estación Tricentenario, en la rivera colindante con el barrio ‘La Vereda’, la navegación es mucho más penosa y el sacrificio para extraer un poco más de arena -que implicaría la creación de nuevos trinchos en medio del río- no resulta muy llamativo para los trabajadores que más fácilmente obtienen la arena en las orillas del río.

Sin embargo, quienes utilizan las canoas, las reconocen como uno de los objetos más importantes en su labor; una gran colaboradora que normalmente sólo necesita reparación y mantenimiento cada año y que además, sólo requiere de la fuerza humana para estar en movimiento.

La construcción de una canoa implica en promedio un día y medio de arduo trabajo en los que se pegan los tablones de madera para conformar la estructura y se corrigen con brea los pequeños huecos que puedan quedar luego de la construcción.

La forma desaliñada y artesanal de las canoas hace pensar que su estructura es endeble y que al menor de los pesos puede claudicar. Pero, la fortaleza de este medio de transporte sólo es posible comprenderla cuando se le ve complemente llena de arena y aún así navegando apaciblemente por las aguas del río Medellín.

Las canoas del río también tienen sus historias. El arenero John Fernando Cardona recuerda que hace varios años era muy común que les robaran sus canoas: “nosotros llegábamos por la mañana y ya no estaban. Muchas veces se las llevaban sólo para molestar un rato con ellas y luego dejaban que el río se las llevara”.

De igual modo, cuando el río Medellín crece en época de lluvias, es muy común que las canoas resulten seriamente averiadas o en el peor de los casos que el mismo río se las lleve consigo.

Frente a estos hechos los areneros no tienen nada que hacer, más que sacarse alguna platica de sus bolsillos para poder comprar la madera y los demás implementos necesarios para la construcción de una nueva canoa. Además, tendrán que invertir casi dos días de su trabajo en esta labor y no podrán sacar ni un metro de arena del río; por lo que se verán obligados a disponer solamente de las reservas que tengan dispuestas en su arenal para poder ganar algo de dinero.











En los zapatos de un arenero

Apenas comienza la mañana y los areneros ya están en las riberas del río Medellín, preparados para una nueva jornada laboral. Algunos por herencia, otros por la falta de oportunidades y la mayoría por causa del desempleo decidieron día a día buscar su sustento en el fondo de estas aguas por las que han desfilado hasta muertos.

Esta es la forma en que ellos se ganan la vida y este es su día a día: