Al filo de la mañana, luego de haber recogido varios metros de arena, John Fernando descansa y conversa con nosotros sobre cómo llegó a convertirse en un arenero. Sus compañeros están terminando de sacar la arena de una de las canoas cuando, de repente, la charla es interrumpida por la voz de Fernando quien dice: “Vea, se les está hundiendo el Titanic”.
Precisamente, la canoa más añeja de las dos que hay en el arenero, con más de siete años de servicio, tuvo una avería seria, producida por el deterioro de la madera. Hacía ya un año que no recibía ningún tipo de mantenimiento y, muy seguramente, el día de mañana sería dedicado solamente a su reparación. Sin ella no podrían trabajar.
Es que la canoa es para el arenero como el bus para el transportador. Es la gran compañera del arenero solitario durante las jornadas laborales y es la mejor ayudante para las parejas de trabajadores que extraen la arena del centro del río.
Cabe anotar que no todos las usan, pues en algunos de los sectores del río, como los arenales cercanos a la estación Tricentenario, en la rivera colindante con el barrio ‘La Vereda’, la navegación es mucho más penosa y el sacrificio para extraer un poco más de arena -que implicaría la creación de nuevos trinchos en medio del río- no resulta muy llamativo para los trabajadores que más fácilmente obtienen la arena en las orillas del río.
Sin embargo, quienes utilizan las canoas, las reconocen como uno de los objetos más importantes en su labor; una gran colaboradora que normalmente sólo necesita reparación y mantenimiento cada año y que además, sólo requiere de la fuerza humana para estar en movimiento.
La construcción de una canoa implica en promedio un día y medio de arduo trabajo en los que se pegan los tablones de madera para conformar la estructura y se corrigen con brea los pequeños huecos que puedan quedar luego de la construcción.
La forma desaliñada y artesanal de las canoas hace pensar que su estructura es endeble y que al menor de los pesos puede claudicar. Pero, la fortaleza de este medio de transporte sólo es posible comprenderla cuando se le ve complemente llena de arena y aún así navegando apaciblemente por las aguas del río Medellín.
Las canoas del río también tienen sus historias. El arenero John Fernando Cardona recuerda que hace varios años era muy común que les robaran sus canoas: “nosotros llegábamos por la mañana y ya no estaban. Muchas veces se las llevaban sólo para molestar un rato con ellas y luego dejaban que el río se las llevara”.
De igual modo, cuando el río Medellín crece en época de lluvias, es muy común que las canoas resulten seriamente averiadas o en el peor de los casos que el mismo río se las lleve consigo.
Frente a estos hechos los areneros no tienen nada que hacer, más que sacarse alguna platica de sus bolsillos para poder comprar la madera y los demás implementos necesarios para la construcción de una nueva canoa. Además, tendrán que invertir casi dos días de su trabajo en esta labor y no podrán sacar ni un metro de arena del río; por lo que se verán obligados a disponer solamente de las reservas que tengan dispuestas en su arenal para poder ganar algo de dinero.
Es que la canoa es para el arenero como el bus para el transportador. Es la gran compañera del arenero solitario durante las jornadas laborales y es la mejor ayudante para las parejas de trabajadores que extraen la arena del centro del río.
Cabe anotar que no todos las usan, pues en algunos de los sectores del río, como los arenales cercanos a la estación Tricentenario, en la rivera colindante con el barrio ‘La Vereda’, la navegación es mucho más penosa y el sacrificio para extraer un poco más de arena -que implicaría la creación de nuevos trinchos en medio del río- no resulta muy llamativo para los trabajadores que más fácilmente obtienen la arena en las orillas del río.
Sin embargo, quienes utilizan las canoas, las reconocen como uno de los objetos más importantes en su labor; una gran colaboradora que normalmente sólo necesita reparación y mantenimiento cada año y que además, sólo requiere de la fuerza humana para estar en movimiento.
La construcción de una canoa implica en promedio un día y medio de arduo trabajo en los que se pegan los tablones de madera para conformar la estructura y se corrigen con brea los pequeños huecos que puedan quedar luego de la construcción.
La forma desaliñada y artesanal de las canoas hace pensar que su estructura es endeble y que al menor de los pesos puede claudicar. Pero, la fortaleza de este medio de transporte sólo es posible comprenderla cuando se le ve complemente llena de arena y aún así navegando apaciblemente por las aguas del río Medellín.
Las canoas del río también tienen sus historias. El arenero John Fernando Cardona recuerda que hace varios años era muy común que les robaran sus canoas: “nosotros llegábamos por la mañana y ya no estaban. Muchas veces se las llevaban sólo para molestar un rato con ellas y luego dejaban que el río se las llevara”.
De igual modo, cuando el río Medellín crece en época de lluvias, es muy común que las canoas resulten seriamente averiadas o en el peor de los casos que el mismo río se las lleve consigo.
Frente a estos hechos los areneros no tienen nada que hacer, más que sacarse alguna platica de sus bolsillos para poder comprar la madera y los demás implementos necesarios para la construcción de una nueva canoa. Además, tendrán que invertir casi dos días de su trabajo en esta labor y no podrán sacar ni un metro de arena del río; por lo que se verán obligados a disponer solamente de las reservas que tengan dispuestas en su arenal para poder ganar algo de dinero.
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