jueves, 9 de julio de 2009

Sobreviviendo de la arena

Este trabajo periodístico fue hecho en conjunto con el blog El Buscador de Mentiras. Para conocer más sobre las condiciones generales de trabajo y de vida que tienen los areneros del río Medellín, ingresa al blog y podrás encontrar una amplia información por medio de la cual podrá conocer más de este tema.

Un sol resplandeciente sale poco a poco de entre las montañas que rodean a Medellín. El suave viento mañanero seca la arena recién conseguida del río. La canoa permanece inmóvil en la rivera mientras un hombre bajo, de apariencia vigorosa y fornida, en medio de un movimiento rutinario, recoge con su pala la arena que descansa en la barcaza de madera y la lanza a las orillas del río.

Pasa un momento y la arena ya ha formado unos pequeños montículos. La canoa está vacía y el hombre retorna, en compañía de su primo, a la mitad del río para obtener más del material silíceo. El hombre bajo, cual guerrero romano, se levanta firme en la proa, mientras su compañero de trabajo camina entre las aguas -casi sobre ellas-, en una escena que más parece bíblica.

Ahora irán por más arena y tras tener su canoa llena volverán a la rivera y vaciarán todo su contenido en lo que ellos entienden en su argot como ‘la playa’ o lugar cercano a la orilla del río, donde ellos tienen dispuestos sus montículos de material a la espera de algún cliente que lo compre.


El procedimiento rutinario se convierte en el día a día de estos dos hombres que desde su niñez se han acostumbrado al rudo roce de la pala con sus manos, al contacto con las aguas del río Medellín, al sol inclemente y a la molesta lluvia que interrumpe la labor.

¿Qué si han querido trabajar en otra cosa? Sí, varias veces estos hombres han querido salir de estas oscuras aguas que, parece, les han determinado sus destinos. Frente a esta misma pregunta el hombre bajo responde, en una contradictoria mezcla de rabia y buen humor, que a él “le gusta trabajar en todo; no hay nada que se me salve. Es que lo que hace falta son oportunidades”.

Tras responder esto, él agacha su cabeza y continúa paleando, paleando y paleando. Su trabajo le gusta, pero en muestra del insaciable deseo humano por ser cada día mejor, quisiera una trabajo que le ofreciera unas condiciones de vida distintas; por lo menos, más estables.

Canoa va y canoa viene, pala entra y pala lanza; ese es el día de este hombre bajo que vive en Moravia y que desde los seis años ha tenido que soportar esta rutina. Su nombre es John Fernando Cardona, tiene 39 años y esta es su historia.

Glosario de términos del negocio de la arena

Cuando los areneros hablan de una canoa o de una pala, fácilmente podemos comprender el significado de estos términos y entender que ellos se refieren a dos de sus herramientas de trabajo de mayor importancia; pero las dificultades de comprensión se sobrevienen cuando ellos se refieren a elementos y lugares que hacen parte de su cotidianidad como los 'los trinchos' y 'la playa'.

Por esta razón hemos dispuesto este glosario de términos, que simplifica el argot arenero y explica el significado de los términos más comunes dentro de este negocio.




"Un trabajo bueno"

La independencia en su trabajo; saber que si quiere va y si quiere no va; entender que lo que se gana en un día solamente lo tiene que repartir con su compañero y no tener que dárselo a un jefe, esto es lo que hace, en opinión de John Fernando Cardona, del trabajo como arenero, "un trabajo bueno".

Una vida en el río

De antaño son los recuerdos de aquello tiempos en los que después de estudiar, John Fernando y su primo Jorge Alberto llevaban el almuerzo a su abuelo y a sus tíos, que tenían como puesto de trabajo las orillas del río Medellín.

Mientras sus familiares almorzaban, los pequeños jugaban entre la arena que recogían sus padres y el río… Jamás se les cruzó por la mente que en este lugar pasarían muchos años de su vida y continuarían con el negocio familiar.

Los años pasaban y el juego, en adelante, cambiaría su dinámica. Ahora John y Jorge nadaban entre las aguas del río y recogían los metales que bajaban por su cauce; más tarde los vendían en cualquier chatarrería y fue así como obtuvieron sus primeras monedas.

Ya el estudio se le fue haciendo aburrido al joven John Fernando y el saberse dueño de algún dinero le complacía más que las aterradoras clases con aquel profesor que recuerda como una “chanda”.

Más tarde, cuando apenas estaba en cuarto de primaria, John Fernando tomó una decisión que marcaría su vida. Tras ser expulsado de su colegio por intercambiar un ‘pellizco’ de su profesor por una ‘pedrada’, se negó la posibilidad de entrar a estudiar y resolvió ayudar a su padre en su trabajo y dejar la escuela.

Los años pasaron y la juventud fue llegando entre las canoas, las palas y la arena. Al hablar de las mujeres, sonríe pícaro al recordar sus años nobles. Para él, lo claro es que tenía lo necesario para llamar la atención de las jóvenes: el dinero, fruto de su trabajo, y sus talentosos pasos de baile.

Pero ahora, John Fernando valora el estudio como nadie, pero piensa que para él es un poco tarde. Tanto así que cuando su hijo le propuso ayudarle en su trabajo y salirse del colegio, Fernando le dijo con dureza: “Eso no me lo vuelva a decir ni en broma. Mientras yo pueda darle el estudio, me estudia. Yo no quiero que sea lo que yo soy”.

Ahora su hijo tiene 19 años y tras graduarse del colegio, ayuda a su madre eventualmente en una microempresa de confecciones. Sin embargo, John Fernando le niega a su hijo toda puerta de entrada al negocio diciendo que: “Donde yo deje a mi hijo trabajar acá le pasa lo mismo que a mi… Le toca morir en este río”.

Por su parte, su pequeña hija de doce años, quien cursa séptimo grado en el colegio, ya no acompaña a su padre en las jornadas laborales, mientras disfrutaba de las vacaciones. Antes jugaba entre la arena y sentía la sensación que han tenido pocos, de navegar por el río Medellín. Ahora, Fernando confiesa que ella se siente apenada por el trabajo de su padre.

Entre el negocio de la arena se crió Fernando y hasta el sol de hoy es su modo de subsistencia. Sus condiciones de vida no son las mejores, pero el arenero deja el dinero suficiente para que él, su esposa y sus dos hijos sobrevivan.



miércoles, 8 de julio de 2009

Video: Los areneros del río Medellín

Las canoas también tienen su historia

Al filo de la mañana, luego de haber recogido varios metros de arena, John Fernando descansa y conversa con nosotros sobre cómo llegó a convertirse en un arenero. Sus compañeros están terminando de sacar la arena de una de las canoas cuando, de repente, la charla es interrumpida por la voz de Fernando quien dice: “Vea, se les está hundiendo el Titanic”.


Precisamente, la canoa más añeja de las dos que hay en el arenero, con más de siete años de servicio, tuvo una avería seria, producida por el deterioro de la madera. Hacía ya un año que no recibía ningún tipo de mantenimiento y, muy seguramente, el día de mañana sería dedicado solamente a su reparación. Sin ella no podrían trabajar.

Es que la canoa es para el arenero como el bus para el transportador. Es la gran compañera del arenero solitario durante las jornadas laborales y es la mejor ayudante para las parejas de trabajadores que extraen la arena del centro del río.

Cabe anotar que no todos las usan, pues en algunos de los sectores del río, como los arenales cercanos a la estación Tricentenario, en la rivera colindante con el barrio ‘La Vereda’, la navegación es mucho más penosa y el sacrificio para extraer un poco más de arena -que implicaría la creación de nuevos trinchos en medio del río- no resulta muy llamativo para los trabajadores que más fácilmente obtienen la arena en las orillas del río.

Sin embargo, quienes utilizan las canoas, las reconocen como uno de los objetos más importantes en su labor; una gran colaboradora que normalmente sólo necesita reparación y mantenimiento cada año y que además, sólo requiere de la fuerza humana para estar en movimiento.

La construcción de una canoa implica en promedio un día y medio de arduo trabajo en los que se pegan los tablones de madera para conformar la estructura y se corrigen con brea los pequeños huecos que puedan quedar luego de la construcción.

La forma desaliñada y artesanal de las canoas hace pensar que su estructura es endeble y que al menor de los pesos puede claudicar. Pero, la fortaleza de este medio de transporte sólo es posible comprenderla cuando se le ve complemente llena de arena y aún así navegando apaciblemente por las aguas del río Medellín.

Las canoas del río también tienen sus historias. El arenero John Fernando Cardona recuerda que hace varios años era muy común que les robaran sus canoas: “nosotros llegábamos por la mañana y ya no estaban. Muchas veces se las llevaban sólo para molestar un rato con ellas y luego dejaban que el río se las llevara”.

De igual modo, cuando el río Medellín crece en época de lluvias, es muy común que las canoas resulten seriamente averiadas o en el peor de los casos que el mismo río se las lleve consigo.

Frente a estos hechos los areneros no tienen nada que hacer, más que sacarse alguna platica de sus bolsillos para poder comprar la madera y los demás implementos necesarios para la construcción de una nueva canoa. Además, tendrán que invertir casi dos días de su trabajo en esta labor y no podrán sacar ni un metro de arena del río; por lo que se verán obligados a disponer solamente de las reservas que tengan dispuestas en su arenal para poder ganar algo de dinero.











En los zapatos de un arenero

Apenas comienza la mañana y los areneros ya están en las riberas del río Medellín, preparados para una nueva jornada laboral. Algunos por herencia, otros por la falta de oportunidades y la mayoría por causa del desempleo decidieron día a día buscar su sustento en el fondo de estas aguas por las que han desfilado hasta muertos.

Esta es la forma en que ellos se ganan la vida y este es su día a día:


martes, 9 de junio de 2009

Recorriendo los caminos del pasado-Historia de Santo Domingo Savio

Un sol veraniego me persigue mientras camino por los laberínticos recorridos del interior del barrio Santo Domingo Savio. Cada vez estoy más lejos de la estación del Metrocable; de las sonrisas de los niños que disfrutan en el parque; de las miradas inmóviles, casi extasiadas, de los turistas que divisan todo el Valle de Aburrá desde ‘La Montaña’.

Sigo caminando lentamente y de la vista se me pierde la maravilla arquitectónica del Parque Biblioteca España. Ya no veo tampoco los altos muros de la Institución Educativa La Candelaria, ni la imponencia de la estación del Metrocable. Me rodean casas no tan coloridas, construidas en madera o en bareque, algunas con unas tejas endebles y otras con los ventanales descubiertos por unos vidrios que dejaron una pequeña porción de lo que fueron.

Y pensar que estos minúsculos caminos que ahora recorro fueron los cómplices pasadizos que cruzaban los ‘rambos criollos’ en medio de sus disputas. Desfiladeros compinches que llevaban a los renegados a sus escondites y desubicaban a la policía, que se tenía que declarar ignorante a la hora de cruzarlos. “Pero esas eran viejas épocas –me dirían después– ahora todo está más calmado”.

Llego a un punto en que mi camino se acaba, lo que resta ahora es trocha. A mi lado está una casa que parece salir de otra y que cuenta con unas endebles escaleras de madera que llevan a la improvisada puerta, también de madera. Frente a esta casa, sobresale una vivienda de dos pisos. Me llama la atención que el segundo piso esté al mismo nivel del suelo, mientras que el primer piso parece incrustado en la tierra, rodeado por una muralla café cubierta por alguna maleza y que cubre el camino de no más de cincuenta centímetros de ancho que lleva a una escondida puerta azul que es la entrada de la casa.

Luego de mi recorrido regreso al mirador de Santo Domingo Savio, muy cerca de la estación del Metrocable. De nuevo vuelvo a ser un turista común que no rebasa los límites de su visita; quizá por miedo; quizá porque no le interesa mucho ver más allá de lo bello.

Me acerco a una mujer de edad que está acompañada por una de sus amigas en una infructífera venta de empanadas para preguntarles por una persona que haya vivido por muchos años en el barrio; una de ellas me responde que aunque había vivido mucho tiempo en Santo Domingo, lo dejó por algunos años y ahora había regresado. A pesar de no poder ayudarme y luego de repasar en su mente, la mujer me señala una casa a pocos metros del lugar en donde estamos; me dice que pregunte por María Celmira Bustamante, “ella lleva mucho tiempo viviendo por acá”, culmina.

La experiencia rodeó la mesa

La tertulia de domingo es interrumpida cuando mi voz resuena en la pequeña sala preguntando por doña Celmira. La mujer, con cara amable, sale a mi llamado y luego de comentarle que quiero reconstruir la historia de Santo Domingo Savio a partir de las experiencias de sus más antiguos habitantes ella accede sin problemas. Los más jóvenes, antes de retirarse de la pequeña sala, me advierten que he llegado al lugar correcto y que ella desde hace años ha vivido en el barrio y se conoce todas las historias al derecho y al revés.

Me siento en una modesta silla de la sala, doña Celmira y su esposo se sientan a mi lado. Vamos a empezar la charla cuando dos hombres entran, el uno es de apariencia desaliñada y demasiado juvenil para sus años, y el otro es de un aspecto bonachón y simpático, que revela el correr de su vida con el blanco de sus cabellos. Doña Celmira los mira, me sonríe y dice “Eh! Usted si es muy de buenas ellos también llevan mucho tiempo en el barrio”. Son Alonso Montoya, hijo de uno de los fundadores del barrio y quien vive en Santo Domingo desde sus 8 años y Luis Enrique Gutiérrez, un hombre que a sus 16 años se vino de su pueblo en busca de un mejor futuro en la ciudad y empezó a vivir en un ranchito por unos días, desconociendo que pasaría allí el resto de sus días.

Ahora la sala está llena de experiencias; algunas amargas y otras graciosas, algunas imborrables y otras que se quieren olvidar; pero todas ellas, al fin de cuentas, son el fiel reflejo de…

…Los caminos de la vida

Con tan sólo cinco años esta niña no tenía ni padre ni madre y vivía a la deriva en medio de la pobreza; venía del municipio de Abejorral junto a sus hermanos mayores. Los paisajes verdes a los que estaba acostumbrada no cambiarían mucho; ahora viviría en lo alto de una montaña junto a algunos de sus tíos que la ayudaron luego de haber quedado desamparada. Era el año de 1966 y María Celmira aún no sabía que el naciente barrio que pisó cuando apenas hablaba, sería su hogar por toda su vida.

Para esa época la vida en Santo Domingo no era nada fácil. “Las casas no eran casas, sino ranchos” recuerda en medio de risas doña Celmira. Los más acaudalados de un barrio que siempre a sido de pobres eran quienes podían comprar tejas; los demás tenían que cubrir sus chozas con latas de zinc o con cualquier otra cubierta barata que evitara dormir a la intemperie.

La situación era difícil, pero María Celmira lo tenía que soportar. Era la realidad que le tocaba vivir. Ella vivía con su familia muy cerca al sector de La Esperanza, un territorio aún más arriba de Santo Domingo Savio en donde la mula era el medio de transporte por obligación. Todos los habitantes de este sector tenían que madrugar más que cualquier otro obrero para ir a trabajar.

Pero las dificultades del día a día no se limitaban a la pobreza ni a la movilidad; los servicios públicos para estos humildes habitantes parecían una ilusión que nunca subiría por aquella loma. Doña Celmira recuerda que “a nosotros nos tocaba ir a la Aldea (zona cercana) a lavar, a cargar el agua, allá nos bañábamos con pantaloneta y camiseta, porque no había agua”. Para poder llevar el agua a su hogar, Celmira y sus hermanos tenían que cargar las canecas rebosantes de agua extraída de los tanques comunitarios para poder acceder al líquido vital.

El barrio y sus alrededores poco a poco se fue poblando; cada vez llegaba más gente de diversos municipios del departamento de Antioquia a asentarse en estos territorios e invadir lo que no era de nadie.

Uno de esos días cualquiera, un joven entusiasta y aventurero venido de Santafé de Antioquia en búsqueda de progreso, con tan sólo 16 años de edad, llegaba al barrio y se convertía en uno más de sus pobladores. A los pocos días de asentarse ya trabajaba en construcción, como la mayoría de hombres del sector, y vivía como cualquier adulto todas las cargas laborales y preocupaciones económicas; ya convivía en ese ambiente en el que hay que madrugar para ir a trabajar, almorzar para seguir trabajando y dormir para amanecer descansado e ir a trabajar.

Era Luis Enrique Gutiérrez, que con su poncho y sus botas vivía cada día en medio de las dificultades: sin servicios públicos, sin facilidades de movilidad, sin dinero...

Corrían los últimos años del 60 y Luis Enrique recuerda que su ranchito estaba ubicado en el sector de La Candelaria –actualmente es el sector del barrio más próximo a la estación del Metrocable de Santo Domingo Savio– y que el sector tenía ese nombre porque para esa época, en medio de este lugar, estaba ubicada una antena radial de una emisora que llevaba por nombre La Candelaria.

Igualmente, si para Maria Celmira llovía, al joven Luis Enrique tampoco le escampaba. Él recuerda que este barrio "prácticamente se creó bajo la pobreza, casi todas las personas trabajábamos en construcción. Las personas que tuvieron la oportunidad de estudiar pudieron salir de estos espacios".

Luis Enrique también tenía que sufrir el problema de los servicios públicos. Una de las cuestiones que más recuerda era que el barrio no contaba con un sistema de alcantarillado y por lo tanto las personas tenían que fabricar una suerte de inodoros artesanales conocidos como letrinas, para poder hacer sus necesidades.

Estas letrinas que eran agujeros de por lo menos un metro de ancho por un metro de largo, con una profundidad media entre los cuatro y cinco metros, era el sistema de alcantarillado utilizado en todas las casas de Santo Domingo Savio. "La gente tenía que echarle cal si quiera una vez por mes a las letrinas para evitar el mal olor" me comenta Luis Enrique.

Las voces que clamaban la atención del Estado no eran escuchadas. Muy a la manera colombiana hasta que no pasó lo peor no se hizo nada por nadie.

La mañana del 29 de septiembre de 1974 es, sin duda, una de las fechas que más recuerdan los viejos habitantes de Santo Domingo Savio. Un alud de tierra -provocado por la verticalidad, la inestabilidad y el deterioro propio de los sistemas de letrinas- arrasó con por lo menos 15 humildes hogares y acabó con la vida de por lo menos 50 personas. Una dolorosa vida que invitó a las autoridades a quitarse la venda y mirar a lo alto de sus montañas.

(Para conocer más sobre el desastre en el barrio Santo Domingo Savio haga clic aquí).

Los incomunidados

Pero el problema de los servicios públicos fue tan sólo una de las penurias que tenían que soportar los habitantes de Santo Domingo Savio, además de las dificultades propias de terrenos ocupados improvisadamente y de forma desorganizada. Las condiciones de movilidad en el barrio eran poco menos que caóticas. Basta con recordar a los habitantes del sector La Esperanza que obligatoriamente tenían que tener una mula o un caballo para poder transportarse y poder transportar materiales y objetos a esta zona.

Para las décadas del 6o y del 70 la única comunicación que había en el barrio era la carretera al municipio de Guarne, pues en aquella época la carretera Medellín-Bogotá aun no existía. Toda esta antigua carretera era recorrida a pie por las personas que necesitaban llegar al centro de Medellín. Además, esta carretera también era uno de los principales caminos de llegada de los nuevos pobladores.

Para poder llegar al centro de Medellín, los habitantes de Santo Domingo Savio tenían que pasar al barrio San José-La Cima porque hasta allá llegaba el transporte público. Los obreros tenían que madrugar desde las tres o cuatro de la mañana para poder estar puntualmente en sus trabajos y además, tenían que tener los 45 centavos que les cobraba el bus entre semana para poder transportarse y no tener que atravesar la carretera a Guarne.

Luego, con el inicio de la pavimentación de las carreteras, poco a poco las diversas rutas de buses subían a 'La Montaña'. Con esto no sólo se pobló más el barrio y llegó gente nueva que disfrutaba con un típico ambiente antioqueño, festivo y comunitario; con esto ya se consideraba al barrio como una parte de Medellín, ya no era tan marginado, ya era incluido.

Pero, con la llegada de la violencia (o si se prefiere teóricamente de Las Violencias) al barrio, los caminos no serían suficientes para resarcir los caminos maltrechos de la desconfianza hacia todo poblador del barrio; el estigma de la comuna, el dolor de la guerra. (Haga clic aquí para ampliar la información sobre este tema).

"Ya estamos en sana paz"... pero las heridas aún no sanan

Con los años llegaron los cambios; la administración local se dio cuenta del abandono estatal en que habían caído estos barrios periféricos y la influencia que esto tuvo en el desarrollo de la violencia. Por tal motivo, la inversión social en estas zonas se convirtió en una forma por medio de la cual apaciguar los ánimos caldeados.

El Metrocable, los Parques Bibliotecas, el Centro de Salud, el Comando de la Policía y el aumento en la cobertura de la educación han sido los pilares fundamentales de este denominado proceso de 'Transformación. Luis Enrique Gutiérrez resume todo lo dicho en la siguiente frase: "El Metrocable fue una bendición de Dios porque a partir de ahí fue que la gente empezó a tomar conciencia de una vida en comunidad".

Pero no todo es color de rosa. La pobreza y la estigmatización son dos obstáculos que aún no han sido superados. Si bien, tanto Luis Enrique como Doña Celmira reconocen que las condiciones económicas de muchas personas han mejorado mucho, pues la misma infraestructura a convertido el barrio en un punto apto para el comercio, aun hay personas que tienen que levantarse a trabajar sin haber tomado siquiera un tinto.

Además, doña Celmira reconoce que la envidia de las personas fue y aun es uno de los factores más destacados dentro de la generación de conflictos entre los habitantes del barrio. Las mencionadas campañas de resolución pacífica de conflictos al parecer se limitaron demasiado en los jóvenes y dejaron de lado a los habitantes de más edad.

Igualmente, de los presupuestos participativos y la posibilidad de participar activamente en planes con la Alcaldía ellos poco saben. Nunca los han invitado a participar en charlas en las que se decida la inversión de los dineros destinados por el gobierno local y además poco les interesa pues reconocen que todavía hay violentos que les pueden hacer daño.

Oír decir en el barrio que a los paramilitares "mientras nada se les hace, ellos nada hacen" es una muestra de que las cosas aún no están tan transformadas como se cree. 'La Montaña' está tranquila, quizás tanto como lo estaba antes de que ocurriera la catástrofe del 29 de septiembre de 1974. Ahora solo cabe esperar que en la actualidad, el agua sucia y los excrementos no estén taponando las vías de acceso, pues si esto está sucediendo lo más probable es que en cualquier momento deje la misma cantidad de muertos que dejó el alud.

lunes, 8 de junio de 2009

Cotidianidad en Santo Domingo Savio

Unas calles pintadas con sangre



Es difícil creer que cualquier persona desconozca el estigma que se creó a partir de la palabra comuna. Y aunque este término signifique solamente una división administrativa que surge del gobierno local para la distribución y administración de los recursos, su definición en el espectro común de la sociedad va mucho más allá de una división territorial y ahonda en una época difícil a la que vagamente se le conoce como la época de la violencia.

Si partimos de una división político-administrativa el barrio Santo Domingo Savio pertenece a la comuna 1 de Medellín. Geográficamente está ubicado en el sector nororiental de la ciudad y es limitante con el municipio de Bello. Si hablamos desde un punto de vista social, tan sólo este barrio, para la mencionada época de la violencia, tenía más divisiones que todo Medellín y el Valle de Aburrá juntos. El problema para esos días eran los espacios, las gentes que me complacían, los territorios que me correspondían y la capacidad militar de dominar otros.

Pero, antes de continuar es importante revisar el contexto. Era la época de 1982 y el barrio estaba saliendo adelante. Las dificultades que habían surgido en el camino, cuando apenas y se estaba forjando, ahora eran solo unos obstáculos rebasados que quedarían atrás. Sin embargo, dos temas habían causado unas grietas gigantes en la estructura social de muchos de los habitantes del barrio: la pobreza y la exclusión.

Bajo estos dos cimientos se empezaron a construir unas juventudes que eran presa fácil de los vicios, del dinero fácil y los deseos de poder y reconocimientos. A su vez, Luis Enrique Gutiérrez menciona que había "milicianos que vinieron de otros lados a resguardarse aquí, a vivir aquí".

Este grupo de milicianos que se conformó en Santo Domingo Savio eran básicamente miembros del Ejercito Popular de Liberación, EPL y según, Luis Enrique, "ellos empezaron a acabar con gente indeseable: marihuaneros, ladronsitos...". Los primeros milicianos que llegaron venían de los municipios de Apartadó y Turbo y su principal fuente de ingresos eran las vacunas a los comerciantes, bajo el pretexto de la seguridad y el cuidado de sus locales. En este primer momento se puede hablar de una época en la que se evidencian unos ideales políticos que además responden al abandono estatal aplicando la ley bajo sus propios criterios.

Empero, frente a esos primero abusos y a las primeras muertes, se fueron tornando difíciles las situaciones y los que estaban siendo sometidos adoptaron un modelo de autodefensa bajo la idea de la protección de mi vida y la destrucción de la de mi enemigo.

Además de esta disputa, el narcotráfico fue uno de los factores más importantes que influyó en el desarrollo de este conflicto. Bajo esta fuente de dineros ilícitos, decenas de jóvenes desempleados y ávidos de dinero se rindieron fácilmente frente a cualquier asomo de poder que les dibujara un futuro mejor. Muchos se volvieron sicarios; otros apoyaban con algunas otras vueltas; y otros tantos se rodearon de este mundo a tal punto que terminaron por convertirse en jefes o capos de sus propios combos.

Todo ahora estaba sustentado en un ideal: La disputa de territorios. De ahí que las escenas de violencia eran reiterativas y dolorosas. Doña Celmira recuerda que "después de las seis de la tarde todas las puertas de las casas estaban cerradas, ya nadie salía de las casas a esa hora. Uno salía aquí a la puerta de la casa y ahí se podía uno encontrar un muerto. Inclusive a mi me daba mucho miedo salir a la tienda o mandar a alguno de los niños". También, pasar de un barrio a otro era entregar su vida en bandeja de plata a la muerte, pues para los diversos 'combos' todos eran enemigos y cualquier intruso podía ser un sapo.

Tras una época de continuos conflictos y disputas, los grupos paramilitares tomaron mayor auge y prácticamente despojaron de sus territorios a las milicias urbanas. Pero ahora el conflicto mutaba y se demostraba a partir de ataques entre los diversos grupos paramilitares de cada barrio, que querían hacerse con el control de los territorios.

Luego de los diferentes ataques de la Policía Nacional a los grandes líderes de las bandas y de los intentos continuos del Estado en recuperar el espacio perdido, poco a poco la violencia fue menguando y la cantidad de asesinatos disminuyó notablemente. Otro asunto de importancia fue la desmovilización de los grupos paramilitares, que condujo a la reducción de hombres armados, pues la presencia de estos grupos que ahora son denominados 'emergentes', es aún reconocible.

Escuche la entrevista con María Celmira Bustamante, habitante del barrio Santo Domingo Savio desde hace 43 años, quien vivió la muerte del hijo de Luis Enrique Bustamante en su propio hogar. Una narración desgarradora de un sólo fragmento de la violencia en la comuna 1 de Medellín:

Los servicios públicos artesanales



-"Aquí no llegaban los del municipio sino a cobrar los recibos de los servicios..."-Dice Luis en su característico tono gracioso.

-"...Y a cortarlos", comenta doña Celmira.

-(Risas).

-"Y a cortarlos porque no había con que pagar", culmina Luis Enrique.

-(Risas).

Así comienza este fragmento de la historia, que mientras era vivido causaba tantos dolores de cabeza y ahora que tan solo son recuerdos del pasado, significan algunas anécdotas más para contar y sonreír. Pero, y a modo de puya, ¿Será que ha cambiado mucho?

Escuche la entrevista a Luis Enrique Gutiérrez, quien explica cómo era el funcionamiento del sistema de letrinas y cuál fue su relación con el gran alud de tierra en 1974 en el barrio Santo Domingo Savio:

El día en que ‘La Montaña’ se derrumbó y ocultó la muerte

La mañana del desastre

Precisamente tenía que ocurrir un domingo; precisamente tenía que ser en la mañana. Pareciese que la muerte no quisiera haber dejado escapar ni una sola persona viva.

Eran poco más de las 8:30 am del domingo 29 de septiembre de 1974. Todos los habitantes del barrio Santo Domingo corrían despavoridos hacía un terreno recién removido y pantanoso. El rumor de la muerte agolpaba a las personas en el llanto y la desesperación, mientras algunas personas empezaban a cavar en búsqueda del tesoro de la vida.

Minutos antes un alud de tierra había cubierto unas veinte viviendas del barrio. La montaña sobre la que antes estaban edificadas las humildes moradas, ahora era la encargada de ocultar por igual a la vida y a la muerte; era la artífice de una respuesta vengativa a una invasión deliberada que ahora se consumaba en un desastre.

Luis Enrique Bustamante, quien para esos momentos ya llevaba varios años viviendo en el sector, considera que el sistema de letrinas fue el causante del deslizamiento: "La gente ya se acostumbró a que la letrina ya no era sólo punto de defecación sino punto de baño. Entonces el agua se fue acumulando en estos huecos y hasta que por último la misma agua fue buscando una salida hasta que eso estalló. Imagínese más de 150 letrinas que tenía todo ese lado de allá de Horizonte [...] eso se llevó todo".

Luego de este desastre la administración municipal vio que esta podía ser solo la primera tragedia de una serie de desastres que podía ocurrir en este sector marginado y populoso. Semanas más tarde, Empresas Públicas de Medellín empezaría trabajos para la instalación del servicio de acueducto y alcantarillado, mientras que la administración municipal se empezó a ser cargo del otro gran problema: las vías de acceso.



Estas imágenes corresponden a páginas microfilmadas del periódico regional El Colombiano y su tratamiento del hecho el lunes 30 de septiembre y el martes 01 de octubre de 1975 (Haga clic sobre la imagen para aumentar su tamaño):

Periódico El Colombiano- 30 de septiembre de 1974- Primera página

Cerca de 50 muertos por el derrumbe. Anoche habían sido rescatados 21. Hay numerosos damnificados.


"La muerte se oculta en la montaña: Al promediar la mañana de ayer el barrio Santo Domingo, al oriente de Medellín, fue sorprendido por un deslizamiento de grandes proporciones que sepultó numerosas viviendas, pereciendo alrededor de 50 personas entre hombre, mujeres, niños y ancianos. De los cadáveres se había logrado rescatar anoche a veintiuno, pues la búsqueda en medio de la remoción de escombros hubo de ser suspendida para reanudarla en la mañana de hoy".




Periódico El Colombiano- 30 de septiembre de 1974- Página diez

Cerca de 50 muertos por el derrumbre.

"A la 9:20 de la mañana empezó a cundir el pánico por todo el barrio, frente al enorme alúd".









Periódico El Colombiano- 30 de septiembre de 1974- Página doce

'¿Aló? ¿Mamá? Se nos perdió el ranchito pero estamos bien'.

"El teléfono público del barrio Santo Domingo Savio fue testigo mudo del dolor y el drama que sufrieron las familias ubicadas alrededor del sitio del trágico deslizamiento de tierra que sepultó entre 15 y 20 viviendas humildes, pereciendo de paso varias decenas de personas".







Periódico El Colombiano- 01 de octubre de 1974- Página trece

150.000 personas presenciaron el dramático sepelio

"Una sicosis de posibilidad de nuevos derrumbres cundió en el pánico de todas las personas asentadas no sólo cerca del trágico lugar, sino de otros contornos de la zona. Pese a la inocultable inquietúd, los moradores del barrio -uno de los más populosos y marginados de Medellín- reconocían el peligro y lo aceptaban como un suceso trágico que el destino le deparó a esta gente de escasos recursos económicos. Tal aceptación se concentraba en que no podían abandonar el lugar por carecer de sitios donde trasladarse".




Escuche el testimonio de Luis Enrique Gutiérrez, habitante del sector que vivió los momentos de tristeza y pánico que coexistieron en este barrio del nororiente de Medellín como consecuencia del desastre del 29 de septiembre de 1974:

domingo, 7 de junio de 2009

El proceso de poblamiento: Un proceso de improvisación

La mayoría de personas que llegaban a Santo Domingo Savio lo hacían por dos razones: La primera de ellas fue la violencia política que azotó con tanta dureza a los territorios antioqueños; decenas de personas tuvieron que dejar sus hogares y venirse con lo poco que habían alcanzado a recoger para la ciudad. Muchos de ellos llegaban pobres y sin un lugar a donde llegar, por lo tanto confluían en las zonas apartadas donde posiblemente nadie los fuera a molestar por la ocupación deliberada de estos territorios y donde extrañaban poco su 'tierrita' porque ésta era muy similar a la que habían tenido que dejar.

La segunda razón por la que llegaban comúnmente las personas al barrio era por los deseos de progreso y de salir adelante; por los deseos de emplearse fácilmente en algún 'trabajito' en la ciudad para empezar a ganar plata y poder cumplir los sueños. Como Luis Enrique Gutiérrez, llegaban con el alma llena de sueños pero con los bolsillos vacíos.

Todo esto apuntó a que el barrio se convirtiera en un punto de reunión de la cultura antioqueña. Luis Enrique lo prefiere llamar la "Metrópoli Antioqueña" pues, "el barrio conglomeró un montón de gente que no éramos de aquí de Medellín, éramos todos de afuera, veníamos de Urabá, veníamos del occidente antioqueño, del suroeste y entonces todos éramos sino antioqueño, todos veníamos del campo".

Por todas estas razones, nunca hubo una planificación del barrio y por lo tanto todo era un completo desorden. A modo de anécdota, Luis Enrique me comenta que "aquí el que tenía un terrenito construía como podía. Es que ni tan siquiera un plano ni que carajos, aquí el plano era una cabuya, usted medía con una cabuya y así marcaba su lote. Por eso vos ves por ejemplo que salís de acá y allí abajo encontrás una casa atravesada; voltiás por el otro lado y encontrás un alambrado y ahí perdió la calle; y resulta que al otro lado hay otra casa, pero está entrando por el solar de 'doña julana' y así".

La ausencia de planificación fue aún más evidente en el proceso de nomenclatura. En muchas oportunidades y notando la falta de coherencia, las autoridades tuvieron que dejar a la deriva algunas calles y experimentar procesos no convencionales para poder dar un poco de orden urbanístico al barrio.

jueves, 28 de mayo de 2009

“Esto es nuestro y para ustedes también”

Indígena perteneciente a la comunidad Guambiana, principales miembros de las Autoridades Indígenas de Colombia (AICO)
Fotografía: ©Ivan Recalde Correa

Los Misak o grupos guambianos amerindios del sur de Colombia, reunidos en 1978 durante “La Primera Asamblea del Pueblo Guambiano” gritaron juntos: “ibe namuyguen y nimmerea” (En español: “Esto es nuestro y para ustedes también”) su máximo manifiesto y una frase que bien podría resumir la filosofía de todos los movimientos políticos de minorías étnicas en el país.

Valga aclarar que no son muchos los movimientos sociales y políticos legalmente reconocidos por la Registraduría Nacional del Estado Civil. El Movimiento Alianza Social Indígena (ASI), las Autoridades Indígenas de Colombia, El Movimiento Alianza Social Afrocolombiana (ASA) y el Movimiento Social Afrocolombiano (AFRO) y Opción Verde son los únicos con personería jurídica vigente de acuerdo a la resolución 1057 del 13 de julio de 2006, que disminuyó la cantidad de partidos y movimientos políticos en Colombia.

Estos movimientos políticos que nacen desde las minorías sociales tienen una característica en general: Su ideal de inclusión. El Movimiento Social Afrocolombiano declara que “por primera vez en la historia de nuestro país, se le da la posibilidad a ciudadanos afrocolombianos de dirigir un movimiento político nacional con personería jurídica y de direccionar a cada uno de los electos con políticas claras y reales de inclusión social a los ciudadanos que no han tenido oportunidades”.

Y es que la principal razón de ser de sus políticas y sus fundamentos radica en la falta de oportunidades que las minorías étnicas han tenido dentro de las estructuras políticas tradicionales. El boom de estos movimientos se dio durante la presidencia del militar Gustavo Rojas Pinilla, quien no pertenecía ninguno de los partidos políticos tradicionales y se tomó el poder colombiano en el año de 1953 por medio de un Golpe de Estado. Durante esta presidencia amplios sectores sociales vieron la posibilidad de una nueva representación -dado el carácter populista de ese gobierno- y se empiezan a incentivar los movimientos sindicales, obreros, sociales y étnicos.

A lo largo del Frente Nacional, y aunque no tenían la oportunidad de participar activamente en la política, los movimientos siguieron conformándose y cada vez eran más sólidas las bases bajo las que se cimentaban.

Actualmente, estos movimientos políticos se han convertido en opciones posibles de gobierno, con un poder de decisión mucho más fuerte y ocupando importantes cargos públicos. Las principales razones para que esto sucediera las explica la Alianza Social Indígena dentro de su perfil político, argumentando que “la crisis de la izquierda y los partidos tradicionales, así como el resquebrajamientos de los valores tradicionales de la sociedad colombiana agudizados por la irrupción del narcotráfico, el terrorismo, el paramilitarismo, el sicariato, traen como consecuencia la pérdida de confianza y crisis de legitimidad de los partidos tradicionales y de izquierda”.

Por esto, los movimientos políticos de minorías proponen opciones más humanitarias, que rescaten los valores del hombre y en donde la unidad, basada en un modelo pluriétnico y multicultural, como se plasma en la constitución, sea el modelo alternativo de un nuevo poder que, no es tan nuevo, pero sólo hasta ahora está siendo escuchado.

domingo, 24 de mayo de 2009

“Transformación que los blancos llaman: ‘infraestructura’”

Fotografía: Edwin Ciro-La Fuerza Informativa©

Esas palabras firmes y decididas, que asemejan un discurso político en medio de una plaza pública, son pronunciadas por Eulalia Yagarí González, diputada de la Asamblea Departamental de Antioquia por la Alianza Social Indígena (ASI), cuando le preguntó si realmente Medellín vive un proceso de transformación. “Infraestructura, en eso sí ha habido transformación –continúa ella–. Se ve que hay un poco más de cultura; al menos en los barrios populares de Medellín colocaron una biblioteca, en vez de colocar un fusil […] esos dos procesos los valoro”.

Lo más significativo de su discurso es que siendo ella una líder activa del partido político que apoyó directamente las campañas de Alonso Salazar, actual Alcalde de Medellín, y de Sergio Fajardo, alcalde de la misma ciudad durante el periodo 2004-2007, no deja de lado las falencias que han existido en los procesos de transformación de la ciudad y pide incansablemente a la administración local, departamental y nacional que entienda que lo que necesita el pueblo es “salud, trabajo y educación” y que se de “invertir más en la clase pobre del país para evitar la guerra”.

Eulalia Yagarí González es una indígena nacida en 1960 en el resguardo indígena Embera Chamí de Crtistanía, ubicado en el municipio de Jardín, Antioquia. Desde muy joven se involucró en la política; más precisamente, a los catorce años cuando luchó por la recuperación de terrenos de su resguardo indígena, que estaban siendo invadidos por hacendados cafeteros de la región. Esta batalla cambiaría su vida y le definiría el rumbo de su carrera; seguiría luchando por los derechos de las minorías, por los derechos de las mujeres y, sobre todo, por los derechos de su comunidad.

Ahora, como diputada de la Asamblea Departamental de Antioquia, y a pesar de ser una minoría en esta entidad, Eulalia Yagarí ha luchado por la defensa de los derechos de las mujeres y ha defendido a las clases más pobres del departamento.

Pero en este momento una de sus preocupaciones más grandes es la reactivación de la violencia en la ciudad de Medellín. Para ella, el problema radica en que los “grupos emergentes quedaron solos, sin un líder porque a sus jefes los llevaron para las cárceles de los Estados Unidos, y esto es la causa del desorden en la ciudad”.

La solución, en su concepto, no está en las armas; la solución es que “la humanidad replantee su forma de pensar. […] Los delincuentes no nacieron delincuentes, ellos son victimas de un abandono social del Estado y por esto tiene que existir una política social que fomente la salud y la educación”.

Por esta razón, Eulalia Yagarí sigue trabajando para que la situación cambie, porque si bien siente que las cosas están mejorando, considera que aún falta mucho camino por recorrer y ella, desde su movimiento político, quiere hacerse partícipe en la
construcción de ese nuevo camino.


Escuche un fragmento de la entrevista a Eulalia Yagarí:

jueves, 14 de mayo de 2009

“La construcción de un nuevo poder”

Ese es el sueño de la Alianza Social Indígena (ASI); o bien, de todos los movimientos políticos alternativos que quieren hacer posible otra forma de hacer política, alejada de lo tradicional y corrupto, de los linajes incrustados en el Estado y de la desmoralización de los ejercicios del poder.

La diferencia de este movimiento, frente a los muchos más que se han quedado en el intento, es que la ASI realmente se ha constituido en una opción de poder trascendental en el país. Dos de las ciudades más importantes de Colombia, Medellín y Cúcuta, tienen como alcaldes a miembros de esta alianza social y política, a saber, Alonso Salazar y María Eugenia Riascos, respectivamente.

Además, según las últimas encuestas, Sergio Fajardo Valderrama -quien surge como político bajo las banderas de este movimiento y bajo su tutela alcanza la Alcaldía de Medellín en el periodo 2004-2007- es ahora el candidato con mayores oportunidades de quedarse con la Presidencia de la República para el periodo 2010-2014, en caso de que el actual Presidente, Álvaro Uribe, no se lance como candidato.

Estos importantes triunfos políticos y electorales han causado mella en algunos sectores políticos, económicos y militares tradicionales de Colombia, lo que los ha hecho victimas de múltiples ataques verbales, acusaciones graves, e incluso, agresiones físicas.

La última de ellas, y quizá la más grave, fue la vinculación que se le dio a la Alianza Social Indígena con el Partido Comunista Clandestino Colombiano (PCCC o PC3), brazo político de la guerrilla colombiana, Farc.

En un informe de inteligencia hecho en la ciudad de Medellín por el CTI, en coordinación con la IV Brigada del Ejército, se muestra un supuesto organigrama del PC3 con los miembros de la estructura política y entre los que se encuentra la Alianza Social Indígena.

El pronunciamiento general de todas las organizaciones a las que se les vinculó con las Farc fue el rechazo total a la persecusión política que según ellos se adelanta en su contra y que está caracterizada por la macartización de las nuevas formas de hacer política y de las posiciones alternativas que nacen desde movimientos étnicos y sociales con verdaderas opciones de arrebatarle el poder a las clases sociales tradicionales.

lunes, 4 de mayo de 2009

El nacimiento de una lucha que aún continúa

La regla del ocho era el deseo de todos los trabajadores norteamericanos. Ocho horas de trabajo, ocho horas de sueño y ocho horas para la diversión era el ideal que los trabajadores querían hacer valer.

En 1886, el Presidente de Estados Unidos, Andrew Johnson, promulgó la denominada Ley Ingersoll que respetaba las ocho horas de trabajo diarias de los trabajadores. Sin embargo, en cada uno de los estados, aunque se cumplía la ley, se aplicaban cláusulas que seguían permitiendo el trabajo de más de ocho horas. Por su parte, las precarias condiciones de la clase obrera, seguían siendo las mismas lo que condujo a la masiva movilización de las organizaciones obreras.

A pesar de las órdenes de La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, máxima organización de trabajadores de EE.UU., rechazara la propuesta de la movilización del primero de mayo de 1886, 200.000 trabajadores salieron a huelga hasta que no fueran mejoradas sus condiciones laborales y sociales. Antes, otros 200.000 trabajadores, solo con la amenaza de paro ya habían logrado el objetivo de la regla del ocho.

Pero en la ciudad de Chicago, donde las condiciones laborales eran mucho peores que en otros lugares, los trabajadores continuaron protestando el 2 y el 3 de mayo.

Luego de que el Alcalde de la ciudad visitara a los obreros de Haymarket Square, la noche del 4 de mayo, el comandante de policía consideró prudente desalojar el sitio de los obreros. Pero, explotó una bomba entre el grupo de policías y se abrió fuego contra toda la muchedumbre, dejando una cifra desconocida de muertos.

Los obreros fueron oprimidos y día a día la policía allanaba sus casas para encontrar cualquier mínimo objeto que los pudiera relacionar con la explosión de la noche del 4 de mayo o con algún otro delito.

A pesar de la gravedad de las situación no todo fue negativo, ese año, la mayoría de los patronos decidieron acceder a la petición de los trabajadores de la regla del ocho. La Federación de Gremios y Uniones Organizadas expresó su júbilo con estas palabras: "Jamás en la historia de este país ha habido un levantamiento tan general entre las masas industriales. El deseo de una disminución de la jornada de trabajo ha impulsado a millones de trabajadores a afiliarse a las organizaciones existentes, cuando hasta ahora habían permanecido indiferentes a la agitación sindical".

Luego de este triunfo y la reunión de la Segunda Internacional Socialista en 1886, el movimiento obrero internacional decretó este día como el Día Internacional de los Trabajadores.

Aunque en Estados Unidos se dio el hecho causal de la conmemoración anual, nunca se ha celebrado este día, pues ya existía anteriormente el Labor Day que se celebraba en septiembre. Cabe resaltar que la razón de fondo, fue que Grover Cleveland, Presidente de los Estados Unidos en aquella época, pensó en que una celebración en mayo auspiciaría al movimiento socialista en el país.

Increíblemente, los avances en los derechos laborales parecen ir en retroceso. En Colombia, por ejemplo, la jornada de trabajo de ocho horas es cumplida a medias. Y además, nacen otras figuras como las Cooperativas Asociadas de Trabajo, que perjudican los derechos de la clase trabajadora.
El primero de marcho no sólo es una fecha para remembrar a los obreros que dieron su vida por la consecusión de derechos laborales. No, es el continuar con una lucha por los derechos de los trabajadores, por las condiciones dignas y justas, porque no sean sólo las perdidas las que se repartan. Por esto es que marchar aun tiene vigencia.

jueves, 30 de abril de 2009

Cuento: Y los pájaros de bronce ‘volaron’ a un ‘mejor lugar’

Cuenta la leyenda que el famoso herrero de la Villa de Ana, de apellido Botero, conocido por ser un tanto exagerado en sus trabajos -lo que le había generado tanto venias como disgustos-, regaló a la Capitanía General de la Villa una de sus obras.

No una obra cualquiera; era singular y especial, porque tenía vida. Era un pájaro, ¡Grande como él solo! Tanto que Botero hubo de pararse de puntas encima de una silla del comedor para organizarle el pico cuando apenas lo estaba terminando. Y ¡Ah! Si dio lidia aquel pájaro.

Algunos mercaderes le donaron materiales para la construcción de aquella obra y ¡es que darle vida a un pájaro cuesta! Y el herrero Botero tenía, pero no tanta. Terminose la obra y al final, como ya se dijo, él buen herrero le regaló el pájaro a la Capitanía.

La Capitanía general lo dispuso a la vista de todos, en la plaza central de San Antonio, para que vieran el pájaro vivo, único en el mundo, y recordaran a aquel buen herrero que lo donaba.

Pero en la Villa de Ana todo andaba de mal en peor. Por allá en la mitad de una década dura para la Villa, pues los más revoltosos y jovencitos de las familias de los ‘AUCensios’ liderados por el papá Carlos que los mantenía unidos, y los otros que no eran conocidos por el apellido sino por el apodo de los ‘Farsiantes’ (por haberse robado unas gallinas y guardarlas en minúsculos enrejados, alegando que a ellos se les habían robado primero unos burros y que hasta que no se los devolvieran no devolvían las gallinas), tenían una disputa casada por ser los más dominantes y reconocidos y por llevarse a las niñas más bonitas de la comarca.¡Vaya pelea esa que le costó más de un muerto a cada familia…y a otras!

Se volvió tan conocida la disputa que hasta los ostentosos traficantes de tabaco hacían apuestas a ver quién ganaba cada batalla; y claro, los más usureros y aficionados le daban hasta plata a alguno de los bandos para que ganaran.

Pero bueno, dejando el tema de estas familias que hasta el sol de hoy se pelean, volvamos a la mitad de esa década dura que fue cuando el herrero Botero tuvo que declarar su obra como, palabras textuales, “Un monumento a la estupidez”.

Resulta que, en medio de esas batallas que se formaban entre los ‘AUCensios’ y los ‘Farsiantes’, y otros más que se metieron a pelear, algunos por plata, otros sin saber como terminaron ahí, ¡Pam! Que explota una bomba. Justo en la Plaza de San Antonio, justo en el pájaro que ya descansaba en su sitio porque eran las 7:35 p.m.

Se murió el pájaro y con él se fueron 22 personas que pasaban cerca de él, mientras que otras 100 quedaron lesionadas.

Algunos pensaron que era una de esas peleas duras entre esas dos familias, que cuando se tiraban a demostrar poderío, lo demostraban sin miramientos de nada. Otros dijeron que era porque el hijo de Botero, estaba ‘encochinado’ con el Virrey de aquella época en la venta o compra de un elefante que se llamaba 8.000 (curioso nombre para un animal; debió ser por lo grande).

El caso es que el herrero Botero llamó a su obra “un monumento a la estupidez” porque ningún motivo justificaba ese ataque a su pájaro, y mucho menos a las personas que lo circundaban. Y pidió que lo dejaran ahí para que todos recordaran la estúpida manera en que se comportaba la Villa de Ana de aquella época.

Un quinquenio después, cuando al herrero se le pasó la pena moral y la rabia sobre todo, hizo otro y lo puso cerca de su gemelo destruido. Este ya no vivía, no quería construir otro para que no sufriera como el anterior, porque los Montesco y los Capuleto de la Villa de Ana seguían peleando; e incluso con un aliciente, como se murió el tío Carlos, los ‘AUCencios’ se desunieron y terminaron agarrándose entre ellos. Más peleas todavía.

El pájaro era inerte y lo sería sólo hasta el día en que las cosas verdaderamente cambiaran.

Pero, la Capitanía General de la Villa viendo que la violencia entre estas familias les afectaba el comercio con los extranjeros, se empeñó en demostrar que las cosas habían cambiado.

Incluso, en alusión a la vida del pájaro, hicieron que ‘volara’ junto con su gemelo destruido a un lugar mejor para que los foráneos que visitaran la Villa los conocieran. Pero nada, los pájaros por si solos no movían ni una pluma. El uno por muerto y el otro porque aún no le llegaba la hora.

Y es que algunos de los puritanos católicos pensaban que ese pájaro no movía un ala porque estaba en esa plaza tan cerca de los pobres y de los negros y lo cambiaron para más cerquita de ellos haber si así les funcionaba la estrategia. Pero nada.

Y estas son las horas que el pájaro no mueve un ala. Él espera su hora; cuando todo cambie trinará, saltará y empollará a los niños, para acariciarlos con su suave plumaje. Por ahora, el pájaro está duro como el bronce y llora inmóvil la muerte de su hermano mayor que nunca conoció con alas.
Fotografía de Fernando Botero: http://www.boteroinvenice.com/

“Medellín, transformación de una ciudad”

Ese es el nombre de la exposición organizada por la Alcaldía de Medellín, con el apoyo del Museo de Antioquia y del Museo de Arte de Moderno de Medellín, en el marco de la asamblea de gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) realizada a finales del pasado mes de marzo.

El objetivo de esta exposición fue mostrar a los visitantes los procesos históricos que, según la administración local, ha vivido Medellín: 1. El Nacimiento y desarrollo. 2. La Violencia: Décadas del los ochenta y noventa. 3. El quiebre. 4. La esperanza. 5. La confianza.

Mire algunas fotografías de la exposición:


jueves, 23 de abril de 2009

Santo Domingo Savio en Fotografías

Breve recuento fotográfico del recorrido por esta comuna del Nororiente de Medellín:

Un futuro por transformar

No me imagino a mí caminando entre estas calles empinadas y zigzagueantes de Santo Domingo Savio hace diez años. Tampoco me imagino a los turistas, ni a los niños en el parque; es más, no alcanzo a imaginar la vida aquí cuando pasar de un barrio a otro era “marcar calavera”, porque para las bandas armadas ilegales todas las personas que no vivieran en sus terrenos eran unos sapos, todos los que no pertenecían a su dominio eran el enemigo.

Para alcanzar a dimensionar la gravedad del asunto, se hace necesario mencionar que en la década del 90, en tan sólo este barrio del nororiente de Medellín fueron asesinados más de 2000 jóvenes, la mayoría de ellos, miembros de grupos armados ilegales, según cifras de la Policía Nacional. Una razón de peso que hizo que Santo Domingo Savio fuera conocido como uno de los barrios más peligrosos de la ciudad y se convirtiera en un referente de violencia para todo el Valle de Aburrá, e incluso, para Colombia y el mundo.

Pero en la actualidad las cosas han cambiado y aunque la violencia continúa, ciertamente ha cedido en su intensidad. En cuanto a lo físico y estructural, el metrocable, el crecimiento del comercio y en general, las obras públicas llevadas a cabo por la Alcaldía de Medellín en esta zona, han sido fundamentales para la inclusión social de estos ciudadanos que, por vivir en la periferia, eran olvidados por el estado.
A pesar de las políticas incluyentes y el desarrollo en infraestructura, la violencia sigue ahí, casi inamovible, filtrando la sociedad y formando los nuevos 'rambos' motociclistas que le dan un precio a la muerte o los 'duros' que de tanto matar ya se lavan las manos y le entregan el arma al otro para que se encargue de los 'mandados'.

Continúo mi camino por las calles del barrio y tomo algunas fotografías con cautela, miro a todos lados, intento ir cerca de alguien; en fin, miles de tretas para sentirme más seguro. Me siento en la boca del lobo; es que las cifras del 90 son difíciles de olvidar.
Mi paseo por este barrio no es gratuito. Busco a unas pequeñas personas que me pueden ayudar a conocer la historia del barrio y los cambios que se han vivido. Me dirijo al mirador de Santo Domingo Savio; allí, según me comentaron, es donde puedo encontrar a quienes busco.

Llego al mirador y me entretengo viendo el bello paisaje de la ciudad de Medellín. Mientras tanto, un trío de niños se me acerca y uno de ellos me pregunta: “¿Está conociendo?, nosotros somos los niños guías de Santo Domingo. Mucho gusto, mi nombre es Freddy Ferney”. Los había encontrado.

Les respondo que me interesa mucho la visita guiada; les explico que yo también estoy trabajando y que la historia que quiero contar es la de ellos. Son niños sumamente amables y están dispuestos a colaborarme; saco mi grabadora y empieza el recorrido.

Los niños comienzan su labor (Escuche el audio de la visita guiada ubicado en la columna izquierda del blog). Cada uno de ellos me habla sobre un tema determinado: el metrocable, las canchas sintéticas, los murales, la época de violencia, en fin, es todo un discurso que ya tienen preparado y aprendido de principio a fin. Y es que todos los niños guías de Santo Domingo utilizan prácticamente las mismas expresiones y se puede decir que con las mismas inflexiones, ya que todo ese conocimiento fue pasado voz a voz, es decir, del niño que conocía al que quería aprender.

Seguimos caminando por el barrio y Freddy me comenta que él es uno de los iniciadores del grupo de niños guías de Santo Domingo, sus amigos lo acompañan en esa aseveración y dicen que él fue quien les enseñó. “Unos turistas –dice Freddy– venían sin conocer y se iban solitos. Entonces yo empecé a investigar con los arquitectos y con los señores y empecé a guiar. Y ya los turistas están contentos”.
Freddy tiene doce años y estudia en tercero de primaria. Me confiesa que algunos niños se lo “gozan” por ser tan grande y apenas estar en ese curso, pero el dice orgulloso que “lo importante es estudiar”. Él es niño guía de Santo Domingo Savio desde hace cuatro años. Para esa época, sólo Freddy y otro niño del barrio eran niños guías. Ahora, son más de veinte.
El trabajo que ellos hacen es independiente y completamente voluntario. No están patrocinados por ninguna entidad; aunque la Alcaldía, que les había prometido uniformes, les dio carnés para que se identificaran como guías turísticos ante los visitantes.

El aporte que ellos piden por su labor es completamente voluntario. Freddy me comenta que le pueden dar entre cinco mil, diez mil o hasta cincuenta mil pesos por visita. “Gracias a Dios le colaboran a uno mucho, aunque hay unos que le dan a uno cien, doscientos (pesos) y eso lo deja a uno aburrido".
Pero, este trabajo no nace de la nada. Tiene unas raíces económicas de fondo que hacen pensar sobre las precarias condiciones de vida de la población de Santo Domingo Savio. Freddy me comenta que: "lo que yo me hago se lo doy a mi mamá porque nosotros estamos muy necesitados; yo me vengo a guiar y así nos ganamos plata".

Liliana María es la madre de Freddy, ella ha vivido casi todos sus 31 años de vida en este barrio. Ha tenido que convivir con la violencia y ha tenido que padecer las difíciles situaciones económicas.
Sobre la época de violencia prefiere mejor no hablar, dice que “eso es muy duro. Todo lo que uno sabe y cuando lo cuenta…no, no, no, cada vez que yo hablo de eso me dan ganas de llorar”. Sin duda, la violencia ha dejado heridas tan profundas en ella, como en muchos de los habitantes de este sector, que los recuerdos de esa etapa difícil aún la atormentan y le impiden dejar de mirar atrás en su vida con melancolía (Conozca algunos testimonios sobre la violencia en Santo Domingo Savio).

Ella fue testigo de la transformación y habla con firmeza sobre los cambios en el barrio: “Todo esto cambio por completo, mire lo bonito que está. Antes no tenía la fama que tiene ahora esto por acá. Antes era muy peligroso”.
Sin embargo, sus condiciones económicas y las de su familia siguen siendo difíciles. En un principio a Liliana no le gustaba mucho que su hijo trabajara como guía, pues “eso lo ve la gente por televisión y dice "vea esos ‘papas’ como mandan a los niños a trabajar pa’ que les traigan plata", y eso no es así, mi hijo es guía porque quiere”. Ahora, ella comprende la labor de su hijo y aprecia que él quiera ayudar a las personas, guiar a los visitantes, contribuir a la sociedad.

Liliana también le agradece mucho a su hijo los aportes económicos que puede dar en la casa. “Cuando él termina de hacer una visita me trae la mitad o más de la mitad”, me dice ella, complementando que eso les sirve para solventar algunos de los gastos del hogar. Y es que Freddy, con sus doce añitos, ya es el otro 'señor de la casa'. Es un niño valiante y con berraquera que se ha criado en medio de las condiciones difíciles y ha sabido enfrentarlas.
Ya ha terminado mi recorrido por Santo Domingo Savio, pero, antes de irme le pregunto a Freddy qué quiere ser cuando grande y él me responde que aunque no está muy decidido sueña con "seguir siendo un guía para ayudar a los turistas" o con "ser un policía para tener armas".
La respuesta me deja anonadado. Pienso en eso durante todo mi viaje de regreso a casa y concluyo que la verdadera transformación de Medellín -tan mencionada para beneficios políticos- sólo será verdad en algunos años, ya cuando Freddy y todos los niños de su edad que vivan en el barrio empiecen a forjar el camino de sus vidas y decidan qué quieren ser.
Ojalá y para esa época haya en cada esquina un guía que muestre la verdadera transformación de la ciudad y no un policía en cada sitio que revele con su arma que la violencia es un enemigo persistente.


Para mayor información sobre los proyectos adelantados en la comuna nororiental de Medellín puede consultar las siguientes páginas web:

-Laboratorio Medellín.

-Alcaldía de Medellín.

-Empresa de Desarrollo Urbano.

También, puede ampliar sus conocimientos sobre la violencia en las comunas de Medellín consultando el libro:

-No nacimos pa' semilla, del periodista y actual alcalde de la ciudad de Medellín, Alonso Salazar.

La violencia en Medellín y el escabroso relato de la niñez que la vivió en carne propia

Collage de audios que refleja la situación de violencia en Medellín y la mirada del niño guía del Barrio santo Domingo, Freddy Ferney, que ha tenido que crecer en medio del sonido de las balas, el ruido de las amenzas y el frio respirar de la muerte :


Video de La Tercera Cara de la Moneda: "La época de violencia en Medellín contada desde la experiencia de un niño" (grabado con la cámara de un celular):