De antaño son los recuerdos de aquello tiempos en los que después de estudiar, John Fernando y su primo Jorge Alberto llevaban el almuerzo a su abuelo y a sus tíos, que tenían como puesto de trabajo las orillas del río Medellín.
Mientras sus familiares almorzaban, los pequeños jugaban entre la arena que recogían sus padres y el río… Jamás se les cruzó por la mente que en este lugar pasarían muchos años de su vida y continuarían con el negocio familiar.
Los años pasaban y el juego, en adelante, cambiaría su dinámica. Ahora John y Jorge nadaban entre las aguas del río y recogían los metales que bajaban por su cauce; más tarde los vendían en cualquier chatarrería y fue así como obtuvieron sus primeras monedas.
Ya el estudio se le fue haciendo aburrido al joven John Fernando y el saberse dueño de algún dinero le complacía más que las aterradoras clases con aquel profesor que recuerda como una “chanda”.
Más tarde, cuando apenas estaba en cuarto de primaria, John Fernando tomó una decisión que marcaría su vida. Tras ser expulsado de su colegio por intercambiar un ‘pellizco’ de su profesor por una ‘pedrada’, se negó la posibilidad de entrar a estudiar y resolvió ayudar a su padre en su trabajo y dejar la escuela.
Los años pasaron y la juventud fue llegando entre las canoas, las palas y la arena. Al hablar de las mujeres, sonríe pícaro al recordar sus años nobles. Para él, lo claro es que tenía lo necesario para llamar la atención de las jóvenes: el dinero, fruto de su trabajo, y sus talentosos pasos de baile.
Pero ahora, John Fernando valora el estudio como nadie, pero piensa que para él es un poco tarde. Tanto así que cuando su hijo le propuso ayudarle en su trabajo y salirse del colegio, Fernando le dijo con dureza: “Eso no me lo vuelva a decir ni en broma. Mientras yo pueda darle el estudio, me estudia. Yo no quiero que sea lo que yo soy”.
Ahora su hijo tiene 19 años y tras graduarse del colegio, ayuda a su madre eventualmente en una microempresa de confecciones. Sin embargo, John Fernando le niega a su hijo toda puerta de entrada al negocio diciendo que: “Donde yo deje a mi hijo trabajar acá le pasa lo mismo que a mi… Le toca morir en este río”.
Por su parte, su pequeña hija de doce años, quien cursa séptimo grado en el colegio, ya no acompaña a su padre en las jornadas laborales, mientras disfrutaba de las vacaciones. Antes jugaba entre la arena y sentía la sensación que han tenido pocos, de navegar por el río Medellín. Ahora, Fernando confiesa que ella se siente apenada por el trabajo de su padre.
Entre el negocio de la arena se crió Fernando y hasta el sol de hoy es su modo de subsistencia. Sus condiciones de vida no son las mejores, pero el arenero deja el dinero suficiente para que él, su esposa y sus dos hijos sobrevivan.
Mientras sus familiares almorzaban, los pequeños jugaban entre la arena que recogían sus padres y el río… Jamás se les cruzó por la mente que en este lugar pasarían muchos años de su vida y continuarían con el negocio familiar.
Los años pasaban y el juego, en adelante, cambiaría su dinámica. Ahora John y Jorge nadaban entre las aguas del río y recogían los metales que bajaban por su cauce; más tarde los vendían en cualquier chatarrería y fue así como obtuvieron sus primeras monedas.
Ya el estudio se le fue haciendo aburrido al joven John Fernando y el saberse dueño de algún dinero le complacía más que las aterradoras clases con aquel profesor que recuerda como una “chanda”.
Más tarde, cuando apenas estaba en cuarto de primaria, John Fernando tomó una decisión que marcaría su vida. Tras ser expulsado de su colegio por intercambiar un ‘pellizco’ de su profesor por una ‘pedrada’, se negó la posibilidad de entrar a estudiar y resolvió ayudar a su padre en su trabajo y dejar la escuela.
Los años pasaron y la juventud fue llegando entre las canoas, las palas y la arena. Al hablar de las mujeres, sonríe pícaro al recordar sus años nobles. Para él, lo claro es que tenía lo necesario para llamar la atención de las jóvenes: el dinero, fruto de su trabajo, y sus talentosos pasos de baile.
Pero ahora, John Fernando valora el estudio como nadie, pero piensa que para él es un poco tarde. Tanto así que cuando su hijo le propuso ayudarle en su trabajo y salirse del colegio, Fernando le dijo con dureza: “Eso no me lo vuelva a decir ni en broma. Mientras yo pueda darle el estudio, me estudia. Yo no quiero que sea lo que yo soy”.
Ahora su hijo tiene 19 años y tras graduarse del colegio, ayuda a su madre eventualmente en una microempresa de confecciones. Sin embargo, John Fernando le niega a su hijo toda puerta de entrada al negocio diciendo que: “Donde yo deje a mi hijo trabajar acá le pasa lo mismo que a mi… Le toca morir en este río”.
Por su parte, su pequeña hija de doce años, quien cursa séptimo grado en el colegio, ya no acompaña a su padre en las jornadas laborales, mientras disfrutaba de las vacaciones. Antes jugaba entre la arena y sentía la sensación que han tenido pocos, de navegar por el río Medellín. Ahora, Fernando confiesa que ella se siente apenada por el trabajo de su padre.
Entre el negocio de la arena se crió Fernando y hasta el sol de hoy es su modo de subsistencia. Sus condiciones de vida no son las mejores, pero el arenero deja el dinero suficiente para que él, su esposa y sus dos hijos sobrevivan.
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