martes, 9 de junio de 2009

Recorriendo los caminos del pasado-Historia de Santo Domingo Savio

Un sol veraniego me persigue mientras camino por los laberínticos recorridos del interior del barrio Santo Domingo Savio. Cada vez estoy más lejos de la estación del Metrocable; de las sonrisas de los niños que disfrutan en el parque; de las miradas inmóviles, casi extasiadas, de los turistas que divisan todo el Valle de Aburrá desde ‘La Montaña’.

Sigo caminando lentamente y de la vista se me pierde la maravilla arquitectónica del Parque Biblioteca España. Ya no veo tampoco los altos muros de la Institución Educativa La Candelaria, ni la imponencia de la estación del Metrocable. Me rodean casas no tan coloridas, construidas en madera o en bareque, algunas con unas tejas endebles y otras con los ventanales descubiertos por unos vidrios que dejaron una pequeña porción de lo que fueron.

Y pensar que estos minúsculos caminos que ahora recorro fueron los cómplices pasadizos que cruzaban los ‘rambos criollos’ en medio de sus disputas. Desfiladeros compinches que llevaban a los renegados a sus escondites y desubicaban a la policía, que se tenía que declarar ignorante a la hora de cruzarlos. “Pero esas eran viejas épocas –me dirían después– ahora todo está más calmado”.

Llego a un punto en que mi camino se acaba, lo que resta ahora es trocha. A mi lado está una casa que parece salir de otra y que cuenta con unas endebles escaleras de madera que llevan a la improvisada puerta, también de madera. Frente a esta casa, sobresale una vivienda de dos pisos. Me llama la atención que el segundo piso esté al mismo nivel del suelo, mientras que el primer piso parece incrustado en la tierra, rodeado por una muralla café cubierta por alguna maleza y que cubre el camino de no más de cincuenta centímetros de ancho que lleva a una escondida puerta azul que es la entrada de la casa.

Luego de mi recorrido regreso al mirador de Santo Domingo Savio, muy cerca de la estación del Metrocable. De nuevo vuelvo a ser un turista común que no rebasa los límites de su visita; quizá por miedo; quizá porque no le interesa mucho ver más allá de lo bello.

Me acerco a una mujer de edad que está acompañada por una de sus amigas en una infructífera venta de empanadas para preguntarles por una persona que haya vivido por muchos años en el barrio; una de ellas me responde que aunque había vivido mucho tiempo en Santo Domingo, lo dejó por algunos años y ahora había regresado. A pesar de no poder ayudarme y luego de repasar en su mente, la mujer me señala una casa a pocos metros del lugar en donde estamos; me dice que pregunte por María Celmira Bustamante, “ella lleva mucho tiempo viviendo por acá”, culmina.

La experiencia rodeó la mesa

La tertulia de domingo es interrumpida cuando mi voz resuena en la pequeña sala preguntando por doña Celmira. La mujer, con cara amable, sale a mi llamado y luego de comentarle que quiero reconstruir la historia de Santo Domingo Savio a partir de las experiencias de sus más antiguos habitantes ella accede sin problemas. Los más jóvenes, antes de retirarse de la pequeña sala, me advierten que he llegado al lugar correcto y que ella desde hace años ha vivido en el barrio y se conoce todas las historias al derecho y al revés.

Me siento en una modesta silla de la sala, doña Celmira y su esposo se sientan a mi lado. Vamos a empezar la charla cuando dos hombres entran, el uno es de apariencia desaliñada y demasiado juvenil para sus años, y el otro es de un aspecto bonachón y simpático, que revela el correr de su vida con el blanco de sus cabellos. Doña Celmira los mira, me sonríe y dice “Eh! Usted si es muy de buenas ellos también llevan mucho tiempo en el barrio”. Son Alonso Montoya, hijo de uno de los fundadores del barrio y quien vive en Santo Domingo desde sus 8 años y Luis Enrique Gutiérrez, un hombre que a sus 16 años se vino de su pueblo en busca de un mejor futuro en la ciudad y empezó a vivir en un ranchito por unos días, desconociendo que pasaría allí el resto de sus días.

Ahora la sala está llena de experiencias; algunas amargas y otras graciosas, algunas imborrables y otras que se quieren olvidar; pero todas ellas, al fin de cuentas, son el fiel reflejo de…

…Los caminos de la vida

Con tan sólo cinco años esta niña no tenía ni padre ni madre y vivía a la deriva en medio de la pobreza; venía del municipio de Abejorral junto a sus hermanos mayores. Los paisajes verdes a los que estaba acostumbrada no cambiarían mucho; ahora viviría en lo alto de una montaña junto a algunos de sus tíos que la ayudaron luego de haber quedado desamparada. Era el año de 1966 y María Celmira aún no sabía que el naciente barrio que pisó cuando apenas hablaba, sería su hogar por toda su vida.

Para esa época la vida en Santo Domingo no era nada fácil. “Las casas no eran casas, sino ranchos” recuerda en medio de risas doña Celmira. Los más acaudalados de un barrio que siempre a sido de pobres eran quienes podían comprar tejas; los demás tenían que cubrir sus chozas con latas de zinc o con cualquier otra cubierta barata que evitara dormir a la intemperie.

La situación era difícil, pero María Celmira lo tenía que soportar. Era la realidad que le tocaba vivir. Ella vivía con su familia muy cerca al sector de La Esperanza, un territorio aún más arriba de Santo Domingo Savio en donde la mula era el medio de transporte por obligación. Todos los habitantes de este sector tenían que madrugar más que cualquier otro obrero para ir a trabajar.

Pero las dificultades del día a día no se limitaban a la pobreza ni a la movilidad; los servicios públicos para estos humildes habitantes parecían una ilusión que nunca subiría por aquella loma. Doña Celmira recuerda que “a nosotros nos tocaba ir a la Aldea (zona cercana) a lavar, a cargar el agua, allá nos bañábamos con pantaloneta y camiseta, porque no había agua”. Para poder llevar el agua a su hogar, Celmira y sus hermanos tenían que cargar las canecas rebosantes de agua extraída de los tanques comunitarios para poder acceder al líquido vital.

El barrio y sus alrededores poco a poco se fue poblando; cada vez llegaba más gente de diversos municipios del departamento de Antioquia a asentarse en estos territorios e invadir lo que no era de nadie.

Uno de esos días cualquiera, un joven entusiasta y aventurero venido de Santafé de Antioquia en búsqueda de progreso, con tan sólo 16 años de edad, llegaba al barrio y se convertía en uno más de sus pobladores. A los pocos días de asentarse ya trabajaba en construcción, como la mayoría de hombres del sector, y vivía como cualquier adulto todas las cargas laborales y preocupaciones económicas; ya convivía en ese ambiente en el que hay que madrugar para ir a trabajar, almorzar para seguir trabajando y dormir para amanecer descansado e ir a trabajar.

Era Luis Enrique Gutiérrez, que con su poncho y sus botas vivía cada día en medio de las dificultades: sin servicios públicos, sin facilidades de movilidad, sin dinero...

Corrían los últimos años del 60 y Luis Enrique recuerda que su ranchito estaba ubicado en el sector de La Candelaria –actualmente es el sector del barrio más próximo a la estación del Metrocable de Santo Domingo Savio– y que el sector tenía ese nombre porque para esa época, en medio de este lugar, estaba ubicada una antena radial de una emisora que llevaba por nombre La Candelaria.

Igualmente, si para Maria Celmira llovía, al joven Luis Enrique tampoco le escampaba. Él recuerda que este barrio "prácticamente se creó bajo la pobreza, casi todas las personas trabajábamos en construcción. Las personas que tuvieron la oportunidad de estudiar pudieron salir de estos espacios".

Luis Enrique también tenía que sufrir el problema de los servicios públicos. Una de las cuestiones que más recuerda era que el barrio no contaba con un sistema de alcantarillado y por lo tanto las personas tenían que fabricar una suerte de inodoros artesanales conocidos como letrinas, para poder hacer sus necesidades.

Estas letrinas que eran agujeros de por lo menos un metro de ancho por un metro de largo, con una profundidad media entre los cuatro y cinco metros, era el sistema de alcantarillado utilizado en todas las casas de Santo Domingo Savio. "La gente tenía que echarle cal si quiera una vez por mes a las letrinas para evitar el mal olor" me comenta Luis Enrique.

Las voces que clamaban la atención del Estado no eran escuchadas. Muy a la manera colombiana hasta que no pasó lo peor no se hizo nada por nadie.

La mañana del 29 de septiembre de 1974 es, sin duda, una de las fechas que más recuerdan los viejos habitantes de Santo Domingo Savio. Un alud de tierra -provocado por la verticalidad, la inestabilidad y el deterioro propio de los sistemas de letrinas- arrasó con por lo menos 15 humildes hogares y acabó con la vida de por lo menos 50 personas. Una dolorosa vida que invitó a las autoridades a quitarse la venda y mirar a lo alto de sus montañas.

(Para conocer más sobre el desastre en el barrio Santo Domingo Savio haga clic aquí).

Los incomunidados

Pero el problema de los servicios públicos fue tan sólo una de las penurias que tenían que soportar los habitantes de Santo Domingo Savio, además de las dificultades propias de terrenos ocupados improvisadamente y de forma desorganizada. Las condiciones de movilidad en el barrio eran poco menos que caóticas. Basta con recordar a los habitantes del sector La Esperanza que obligatoriamente tenían que tener una mula o un caballo para poder transportarse y poder transportar materiales y objetos a esta zona.

Para las décadas del 6o y del 70 la única comunicación que había en el barrio era la carretera al municipio de Guarne, pues en aquella época la carretera Medellín-Bogotá aun no existía. Toda esta antigua carretera era recorrida a pie por las personas que necesitaban llegar al centro de Medellín. Además, esta carretera también era uno de los principales caminos de llegada de los nuevos pobladores.

Para poder llegar al centro de Medellín, los habitantes de Santo Domingo Savio tenían que pasar al barrio San José-La Cima porque hasta allá llegaba el transporte público. Los obreros tenían que madrugar desde las tres o cuatro de la mañana para poder estar puntualmente en sus trabajos y además, tenían que tener los 45 centavos que les cobraba el bus entre semana para poder transportarse y no tener que atravesar la carretera a Guarne.

Luego, con el inicio de la pavimentación de las carreteras, poco a poco las diversas rutas de buses subían a 'La Montaña'. Con esto no sólo se pobló más el barrio y llegó gente nueva que disfrutaba con un típico ambiente antioqueño, festivo y comunitario; con esto ya se consideraba al barrio como una parte de Medellín, ya no era tan marginado, ya era incluido.

Pero, con la llegada de la violencia (o si se prefiere teóricamente de Las Violencias) al barrio, los caminos no serían suficientes para resarcir los caminos maltrechos de la desconfianza hacia todo poblador del barrio; el estigma de la comuna, el dolor de la guerra. (Haga clic aquí para ampliar la información sobre este tema).

"Ya estamos en sana paz"... pero las heridas aún no sanan

Con los años llegaron los cambios; la administración local se dio cuenta del abandono estatal en que habían caído estos barrios periféricos y la influencia que esto tuvo en el desarrollo de la violencia. Por tal motivo, la inversión social en estas zonas se convirtió en una forma por medio de la cual apaciguar los ánimos caldeados.

El Metrocable, los Parques Bibliotecas, el Centro de Salud, el Comando de la Policía y el aumento en la cobertura de la educación han sido los pilares fundamentales de este denominado proceso de 'Transformación. Luis Enrique Gutiérrez resume todo lo dicho en la siguiente frase: "El Metrocable fue una bendición de Dios porque a partir de ahí fue que la gente empezó a tomar conciencia de una vida en comunidad".

Pero no todo es color de rosa. La pobreza y la estigmatización son dos obstáculos que aún no han sido superados. Si bien, tanto Luis Enrique como Doña Celmira reconocen que las condiciones económicas de muchas personas han mejorado mucho, pues la misma infraestructura a convertido el barrio en un punto apto para el comercio, aun hay personas que tienen que levantarse a trabajar sin haber tomado siquiera un tinto.

Además, doña Celmira reconoce que la envidia de las personas fue y aun es uno de los factores más destacados dentro de la generación de conflictos entre los habitantes del barrio. Las mencionadas campañas de resolución pacífica de conflictos al parecer se limitaron demasiado en los jóvenes y dejaron de lado a los habitantes de más edad.

Igualmente, de los presupuestos participativos y la posibilidad de participar activamente en planes con la Alcaldía ellos poco saben. Nunca los han invitado a participar en charlas en las que se decida la inversión de los dineros destinados por el gobierno local y además poco les interesa pues reconocen que todavía hay violentos que les pueden hacer daño.

Oír decir en el barrio que a los paramilitares "mientras nada se les hace, ellos nada hacen" es una muestra de que las cosas aún no están tan transformadas como se cree. 'La Montaña' está tranquila, quizás tanto como lo estaba antes de que ocurriera la catástrofe del 29 de septiembre de 1974. Ahora solo cabe esperar que en la actualidad, el agua sucia y los excrementos no estén taponando las vías de acceso, pues si esto está sucediendo lo más probable es que en cualquier momento deje la misma cantidad de muertos que dejó el alud.

lunes, 8 de junio de 2009

Cotidianidad en Santo Domingo Savio

Unas calles pintadas con sangre



Es difícil creer que cualquier persona desconozca el estigma que se creó a partir de la palabra comuna. Y aunque este término signifique solamente una división administrativa que surge del gobierno local para la distribución y administración de los recursos, su definición en el espectro común de la sociedad va mucho más allá de una división territorial y ahonda en una época difícil a la que vagamente se le conoce como la época de la violencia.

Si partimos de una división político-administrativa el barrio Santo Domingo Savio pertenece a la comuna 1 de Medellín. Geográficamente está ubicado en el sector nororiental de la ciudad y es limitante con el municipio de Bello. Si hablamos desde un punto de vista social, tan sólo este barrio, para la mencionada época de la violencia, tenía más divisiones que todo Medellín y el Valle de Aburrá juntos. El problema para esos días eran los espacios, las gentes que me complacían, los territorios que me correspondían y la capacidad militar de dominar otros.

Pero, antes de continuar es importante revisar el contexto. Era la época de 1982 y el barrio estaba saliendo adelante. Las dificultades que habían surgido en el camino, cuando apenas y se estaba forjando, ahora eran solo unos obstáculos rebasados que quedarían atrás. Sin embargo, dos temas habían causado unas grietas gigantes en la estructura social de muchos de los habitantes del barrio: la pobreza y la exclusión.

Bajo estos dos cimientos se empezaron a construir unas juventudes que eran presa fácil de los vicios, del dinero fácil y los deseos de poder y reconocimientos. A su vez, Luis Enrique Gutiérrez menciona que había "milicianos que vinieron de otros lados a resguardarse aquí, a vivir aquí".

Este grupo de milicianos que se conformó en Santo Domingo Savio eran básicamente miembros del Ejercito Popular de Liberación, EPL y según, Luis Enrique, "ellos empezaron a acabar con gente indeseable: marihuaneros, ladronsitos...". Los primeros milicianos que llegaron venían de los municipios de Apartadó y Turbo y su principal fuente de ingresos eran las vacunas a los comerciantes, bajo el pretexto de la seguridad y el cuidado de sus locales. En este primer momento se puede hablar de una época en la que se evidencian unos ideales políticos que además responden al abandono estatal aplicando la ley bajo sus propios criterios.

Empero, frente a esos primero abusos y a las primeras muertes, se fueron tornando difíciles las situaciones y los que estaban siendo sometidos adoptaron un modelo de autodefensa bajo la idea de la protección de mi vida y la destrucción de la de mi enemigo.

Además de esta disputa, el narcotráfico fue uno de los factores más importantes que influyó en el desarrollo de este conflicto. Bajo esta fuente de dineros ilícitos, decenas de jóvenes desempleados y ávidos de dinero se rindieron fácilmente frente a cualquier asomo de poder que les dibujara un futuro mejor. Muchos se volvieron sicarios; otros apoyaban con algunas otras vueltas; y otros tantos se rodearon de este mundo a tal punto que terminaron por convertirse en jefes o capos de sus propios combos.

Todo ahora estaba sustentado en un ideal: La disputa de territorios. De ahí que las escenas de violencia eran reiterativas y dolorosas. Doña Celmira recuerda que "después de las seis de la tarde todas las puertas de las casas estaban cerradas, ya nadie salía de las casas a esa hora. Uno salía aquí a la puerta de la casa y ahí se podía uno encontrar un muerto. Inclusive a mi me daba mucho miedo salir a la tienda o mandar a alguno de los niños". También, pasar de un barrio a otro era entregar su vida en bandeja de plata a la muerte, pues para los diversos 'combos' todos eran enemigos y cualquier intruso podía ser un sapo.

Tras una época de continuos conflictos y disputas, los grupos paramilitares tomaron mayor auge y prácticamente despojaron de sus territorios a las milicias urbanas. Pero ahora el conflicto mutaba y se demostraba a partir de ataques entre los diversos grupos paramilitares de cada barrio, que querían hacerse con el control de los territorios.

Luego de los diferentes ataques de la Policía Nacional a los grandes líderes de las bandas y de los intentos continuos del Estado en recuperar el espacio perdido, poco a poco la violencia fue menguando y la cantidad de asesinatos disminuyó notablemente. Otro asunto de importancia fue la desmovilización de los grupos paramilitares, que condujo a la reducción de hombres armados, pues la presencia de estos grupos que ahora son denominados 'emergentes', es aún reconocible.

Escuche la entrevista con María Celmira Bustamante, habitante del barrio Santo Domingo Savio desde hace 43 años, quien vivió la muerte del hijo de Luis Enrique Bustamante en su propio hogar. Una narración desgarradora de un sólo fragmento de la violencia en la comuna 1 de Medellín:

Los servicios públicos artesanales



-"Aquí no llegaban los del municipio sino a cobrar los recibos de los servicios..."-Dice Luis en su característico tono gracioso.

-"...Y a cortarlos", comenta doña Celmira.

-(Risas).

-"Y a cortarlos porque no había con que pagar", culmina Luis Enrique.

-(Risas).

Así comienza este fragmento de la historia, que mientras era vivido causaba tantos dolores de cabeza y ahora que tan solo son recuerdos del pasado, significan algunas anécdotas más para contar y sonreír. Pero, y a modo de puya, ¿Será que ha cambiado mucho?

Escuche la entrevista a Luis Enrique Gutiérrez, quien explica cómo era el funcionamiento del sistema de letrinas y cuál fue su relación con el gran alud de tierra en 1974 en el barrio Santo Domingo Savio:

El día en que ‘La Montaña’ se derrumbó y ocultó la muerte

La mañana del desastre

Precisamente tenía que ocurrir un domingo; precisamente tenía que ser en la mañana. Pareciese que la muerte no quisiera haber dejado escapar ni una sola persona viva.

Eran poco más de las 8:30 am del domingo 29 de septiembre de 1974. Todos los habitantes del barrio Santo Domingo corrían despavoridos hacía un terreno recién removido y pantanoso. El rumor de la muerte agolpaba a las personas en el llanto y la desesperación, mientras algunas personas empezaban a cavar en búsqueda del tesoro de la vida.

Minutos antes un alud de tierra había cubierto unas veinte viviendas del barrio. La montaña sobre la que antes estaban edificadas las humildes moradas, ahora era la encargada de ocultar por igual a la vida y a la muerte; era la artífice de una respuesta vengativa a una invasión deliberada que ahora se consumaba en un desastre.

Luis Enrique Bustamante, quien para esos momentos ya llevaba varios años viviendo en el sector, considera que el sistema de letrinas fue el causante del deslizamiento: "La gente ya se acostumbró a que la letrina ya no era sólo punto de defecación sino punto de baño. Entonces el agua se fue acumulando en estos huecos y hasta que por último la misma agua fue buscando una salida hasta que eso estalló. Imagínese más de 150 letrinas que tenía todo ese lado de allá de Horizonte [...] eso se llevó todo".

Luego de este desastre la administración municipal vio que esta podía ser solo la primera tragedia de una serie de desastres que podía ocurrir en este sector marginado y populoso. Semanas más tarde, Empresas Públicas de Medellín empezaría trabajos para la instalación del servicio de acueducto y alcantarillado, mientras que la administración municipal se empezó a ser cargo del otro gran problema: las vías de acceso.



Estas imágenes corresponden a páginas microfilmadas del periódico regional El Colombiano y su tratamiento del hecho el lunes 30 de septiembre y el martes 01 de octubre de 1975 (Haga clic sobre la imagen para aumentar su tamaño):

Periódico El Colombiano- 30 de septiembre de 1974- Primera página

Cerca de 50 muertos por el derrumbe. Anoche habían sido rescatados 21. Hay numerosos damnificados.


"La muerte se oculta en la montaña: Al promediar la mañana de ayer el barrio Santo Domingo, al oriente de Medellín, fue sorprendido por un deslizamiento de grandes proporciones que sepultó numerosas viviendas, pereciendo alrededor de 50 personas entre hombre, mujeres, niños y ancianos. De los cadáveres se había logrado rescatar anoche a veintiuno, pues la búsqueda en medio de la remoción de escombros hubo de ser suspendida para reanudarla en la mañana de hoy".




Periódico El Colombiano- 30 de septiembre de 1974- Página diez

Cerca de 50 muertos por el derrumbre.

"A la 9:20 de la mañana empezó a cundir el pánico por todo el barrio, frente al enorme alúd".









Periódico El Colombiano- 30 de septiembre de 1974- Página doce

'¿Aló? ¿Mamá? Se nos perdió el ranchito pero estamos bien'.

"El teléfono público del barrio Santo Domingo Savio fue testigo mudo del dolor y el drama que sufrieron las familias ubicadas alrededor del sitio del trágico deslizamiento de tierra que sepultó entre 15 y 20 viviendas humildes, pereciendo de paso varias decenas de personas".







Periódico El Colombiano- 01 de octubre de 1974- Página trece

150.000 personas presenciaron el dramático sepelio

"Una sicosis de posibilidad de nuevos derrumbres cundió en el pánico de todas las personas asentadas no sólo cerca del trágico lugar, sino de otros contornos de la zona. Pese a la inocultable inquietúd, los moradores del barrio -uno de los más populosos y marginados de Medellín- reconocían el peligro y lo aceptaban como un suceso trágico que el destino le deparó a esta gente de escasos recursos económicos. Tal aceptación se concentraba en que no podían abandonar el lugar por carecer de sitios donde trasladarse".




Escuche el testimonio de Luis Enrique Gutiérrez, habitante del sector que vivió los momentos de tristeza y pánico que coexistieron en este barrio del nororiente de Medellín como consecuencia del desastre del 29 de septiembre de 1974:

domingo, 7 de junio de 2009

El proceso de poblamiento: Un proceso de improvisación

La mayoría de personas que llegaban a Santo Domingo Savio lo hacían por dos razones: La primera de ellas fue la violencia política que azotó con tanta dureza a los territorios antioqueños; decenas de personas tuvieron que dejar sus hogares y venirse con lo poco que habían alcanzado a recoger para la ciudad. Muchos de ellos llegaban pobres y sin un lugar a donde llegar, por lo tanto confluían en las zonas apartadas donde posiblemente nadie los fuera a molestar por la ocupación deliberada de estos territorios y donde extrañaban poco su 'tierrita' porque ésta era muy similar a la que habían tenido que dejar.

La segunda razón por la que llegaban comúnmente las personas al barrio era por los deseos de progreso y de salir adelante; por los deseos de emplearse fácilmente en algún 'trabajito' en la ciudad para empezar a ganar plata y poder cumplir los sueños. Como Luis Enrique Gutiérrez, llegaban con el alma llena de sueños pero con los bolsillos vacíos.

Todo esto apuntó a que el barrio se convirtiera en un punto de reunión de la cultura antioqueña. Luis Enrique lo prefiere llamar la "Metrópoli Antioqueña" pues, "el barrio conglomeró un montón de gente que no éramos de aquí de Medellín, éramos todos de afuera, veníamos de Urabá, veníamos del occidente antioqueño, del suroeste y entonces todos éramos sino antioqueño, todos veníamos del campo".

Por todas estas razones, nunca hubo una planificación del barrio y por lo tanto todo era un completo desorden. A modo de anécdota, Luis Enrique me comenta que "aquí el que tenía un terrenito construía como podía. Es que ni tan siquiera un plano ni que carajos, aquí el plano era una cabuya, usted medía con una cabuya y así marcaba su lote. Por eso vos ves por ejemplo que salís de acá y allí abajo encontrás una casa atravesada; voltiás por el otro lado y encontrás un alambrado y ahí perdió la calle; y resulta que al otro lado hay otra casa, pero está entrando por el solar de 'doña julana' y así".

La ausencia de planificación fue aún más evidente en el proceso de nomenclatura. En muchas oportunidades y notando la falta de coherencia, las autoridades tuvieron que dejar a la deriva algunas calles y experimentar procesos no convencionales para poder dar un poco de orden urbanístico al barrio.