Hitler era terco, su odio profundo al comunismo, su deseo de tener en sus manos a Moscú eran las vendas que cubrían su vista. El sacrificio de un soldado verdaderamente nacionalsocialista era dar la vida por su nación, ese era su mayor honor. Por esto, debía morir luchando y defendiendo lo que era indefendible.
El Führer le decía a sus hombres de armas: “La guerra europea se declara en éste momento al este de Berlín. Y los exhorto a contener a los rusos en un ‘mar de sangre’”.
Su discurso racial y antisemita no perdía fuerzas, aunque sus Wehrmacht (Ejército alemán) ya flaqueaban. Los rojos estaban a menos de 50 Km. de Berlín. El recuerdo de su juventud en Viena, los pensamientos libertinos del movimiento sindical de los primeros años del siglo XX, que era auspiciado por la socialdemocracia ambiciosa y antinacional, que a su vez estaba a cargo de los judíos ricos que hablaban de pobreza sin haberla sentido nunca, todos, en conjunto, eran un recuerdo imborrable en su memoria.
“Por última vez –decía Hitler– nuestro enemigo mortal, el judío bolchevique, ha lanzado la ofensiva con sus masas. Trata de arrasar a Alemania y de eliminar a nuestro pueblo. Vosotros, los soldados en el frente este, conocéis bien por propia experiencia la amenaza, especialmente las mujeres, las muchachas alemanas y los niños. Mientras los ancianos y los niños son asesinados, las mujeres y las muchachas son degradadas”.
La violencia y rudeza del ejército rojo eran inhumanas. Cifras de guerra mencionan que había mujeres en el frente oriental, cerca o en Berlín, violadas hasta 60 veces por los soldados soviéticos. El botín de guerra era el civil vulnerable.
La amenaza en el frente occidental no era tan impactante para el gobierno nazi. La Luftwaffe (Fuerza Aérea alemana) estaba haciendo lo posible por detener la avanzada de los aliados. Lo lograban, pero a un costo muy alto. En un día de batalla, según cifras del Reino Unido, cayeron 905 aviones alemanes.
Pero las tropas aliadas no avanzaban más allá del río Rhur. Aunque, sin duda, habían arrebatado kilómetros de territorio a los nazis, no habían conseguido un avance importante que les acercara a Berlín. El crédito quedaba en manos del ejército rojo.
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