Un hombre de perfil desaliñado, con una espesa barba que combina el negro y el blanco -en una muestra clara del lento pero seguro paso a su vejez-, se acerca a mí con un filoso cuchillo, preparado para cumplir su objetivo. Toda la carga amenazante que genera el sólo cuchillo, contrasta con la cara sonriente de aquel individuo que dice “hay que ser honrado, eso es lo más importante”.
El cuchillo corta…pero no sale sangre. La estopa que tiene montada en la carretilla se abre y más una centena de botellas plásticas sobresalen. Luis Carlos Isaza, reciclador desde hace diez años, ha tenido hoy un buen día. ‘El Barbado’ como es conocido por sus amigos y algunos conocidos, me comenta que en varias ocasiones las personas se asustan o piensan que él es un ladrón, pero “no las culpo, nosotros nos tenemos que ensuciar la ropa o lo que sea pero, nos toca, estamos trabajando, digna y honradamente”.
El cuchillo corta…pero no sale sangre. La estopa que tiene montada en la carretilla se abre y más una centena de botellas plásticas sobresalen. Luis Carlos Isaza, reciclador desde hace diez años, ha tenido hoy un buen día. ‘El Barbado’ como es conocido por sus amigos y algunos conocidos, me comenta que en varias ocasiones las personas se asustan o piensan que él es un ladrón, pero “no las culpo, nosotros nos tenemos que ensuciar la ropa o lo que sea pero, nos toca, estamos trabajando, digna y honradamente”.

Me habla de su labor con un orgullo y una felicidad notoria y por qué no, algo paradójica. Su día comienza a las 5:30a.m., cuando sale de la casa en el barrio Rosalpi de Bello, donde vive con su hermana. ‘El barbudo’ acompaña al carro de la basura en su recorrido por los diversos sectores de este mismo municipio, y recoge todo aquello que le pueda significar algún valor económico o también algún objeto para su propio uso. Lo que para nosotros -los que tenemos computador o bien podemos leer estas palabras- es basura, para él son objetos que significan su pan de cada día.
Después de un largo día de trabajo, que se puede extender normalmente hasta las 9:00p.m., en los que puede ganar “unos quince o veinticinco mil pesos siendo un día bueno”, Luis Carlos descansa para volver a la rutina. De lunes a sábado, llueva, truene, relampaguee o salga un sol ardiente, sabe que debe ir por lo suyo, antes que otro, con sus mismas necesidades, se lo lleve.
Si bien no tiene ningún tipo de seguridad social, Luis Carlos Isaza me confiesa que no se siente abandonado por el Estado. Realmente, le afecta más que “las personas que le compran a uno no lo compensen de buena forma, porque uno trabaja es para ellos”.
Aunque no viva en Medellín, él dice que a Bello también ha llegado la transformación, “se ha transformado todo, ha habido muchos cambios sobretodo en la seguridad y yo me siento muy contento en cuanto a eso”. Pero, su visión cambia cuando le pregunto por la transformación en las condiciones económicas, “eso ha estado más bien duro, yo no las veo como de muy buena forma pa’ que sepa”.

Ella trabaja en esto desde hace un año; todos los días, también desde las 5:30a.m.. sale para recoger aquello que aún puede servir, y no es sino hasta el caer de la tarde, cuando vuelve a su casa para estar con su niña, de cuatro meses. “Pero los sábados por la noche salgo a vender chicles y cosas así”, aclara Paula.
Ella llegó a la ciudad de Medellín porque en su ciudad natal, La Dorada, Caldas, no había mucho para hacer. “Acá en Medellín –afirma– por lo menos se pueden vender las cosas; que hay que caminar mucho pero, lo que uno tenga lo puede vender. En cambio allá no”.

Sin duda, la expresión de Paula cambia notablemente cuando se refiere a ‘doña Marleny’, una mujer que le abrió las puertas de su casa sin pedir nada a cambio y cuida de su hija mientras ella trabaja. “Ese es el ángel de la guarda que me puso Dios a mi”, dice Paula. “Ella me recogió cuando yo estaba en embarazo de la niña y ella me ha ayudado mucho, esa señora es como una madre para mí”.
Para Paula, no hay ni han habido muchas transformaciones, o no por lo menos en su vida. Su situación económica desde que llegó a Medellín no ha cambiado mucho y sigue luchando día a día por conseguir algo para suplir las necesidades de su hija de cuatro meses y de ella misma. La transformación, para Paula, tiene nombre propio y no es ninguna entidad gubernamental, es Marleny, su otra mamá, una colombiana solidaria que ante el abandono estatal reacciona y ayuda a su prójimo. Quien no la abandonó en el embarazo y la cuidó en le parto no fue ninguna enferma de la Nueva E.P.S. o cualquier otra entidad de salud. Fue Marleny, quien aún continúa en el anonimato una mujer que, ya para alguien, significó Transformación.
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